lunes, 17 de marzo de 2008

Procesiones


Ha empezado la Semana Santa, y con ella las procesiones. No conozco otras que las andaluzas, pero, dicho sea sin ánimo de ofender a nadie, creo que nunca me han gustado. Pasé del temor infantil hacia tambores y nazarenos, al desinterés, luego al rechazo, y finalmente al desconcierto. Me he esforzado por vivirlas con espíritu cristiano, y los resultados han sido muy pobres –aunque la vida espiritual no consista en obtener resultados–. He intentado vivir sus aspectos más folclóricos, y me he sentido tan desplazado y fuera de lugar como en la feria. He procurado recrearme en las dimensiones artísticas, y me han invadido la incomprensión y la decepción, quizá porque en mi pueblo no damos para más. Me confieso incapaz de apreciar la filigrana de pan de oro, la elegancia de los paños y el gusto de la ornamentación floral. No entiendo por qué la Virgen va semioculta tras un bosque de velas, ni la razón de su pesado vestuario.

Pero, siendo esto cuestiones secundarias, me causa desazón el no encontrarme a Cristo en estos Cristos, ni en la mayoría de estos cristianos que los acompañan. No lo encuentro porque no hay silencio, ni respeto ni ambiente, ya que no confundo el respeto con la idolatría de algunos. No lo encuentro porque me lo escamotea el lujo de los tronos y las vestiduras. No lo encuentro porque la admiración que veo en mi derredor se dirige más a las proezas motrices de los costaleros que al sacrificio de Nuestro Señor. No lo encuentro porque la gente se santigua mientras insulta al vecino o raja del Obispo que acompaña el paso. No lo encuentro porque los procesionantes parecen participar más en un desfile de modelos o en una competición deportiva que en un acto de culto. No lo encuentro porque cuando asisto a estos eventos me siento solo con mi creencia.

Tal vez sea todo culpa mía. Mi fe puede que sea demasiado intelectual y no entiendo la popular ni me traspasa. Puede que los prejuicios hayan arraigado tanto en mí que no pueda ya apreciar estos gestos de devoción callejera. Pero también es verdad que hay una crisis en nuestra Iglesia, y las avenidas no las toman estos días los más fervorosos creyentes, sino muchas otras personas que, por mil motivos distintos, se muestran encantadas con los paseos de las imágenes. Esta es mi particular cruz de la Semana Santa, lo que para otros es la cara.

8 comentarios:

Ángel dijo...

Qué triste es que tenga que admitir que estoy totalmente de acuerdo contigo. Triste, entre otras cosas, porque en mi caso pesa la tradición familiar más que el paso de la Virgen de la Macarena viento en popa a toda vela.

Intentaré conciliar, aunque sea el sueño.

laura dijo...

Pues, sí, yo ayer escuché en el telediario refiriéndose a las procesiones un par de frases que decían algo así como: “la emoción se desbordó y los ojos se llenaron de lágrimas al paso del trono”. Pero bueno, buscándole el lado positivo, yo confío en que alguna de esas personas que contemplan los desfiles procesionales, se den cuenta de qué significan, y se centren en “el que atravesaron” y no en los nazarenos, los costaleros, las mantillas, los romanos….

Stepario dijo...

Seguro que tiene su lado positivo, pero está muy oculto en medio del bosque de lo negativo. Bueno, el negativo estoy siendo yo, lo sé.

Pronto colocaré una entrada que vaya más lo nuclear y positivo.

Fran dijo...

Bueno, parece que llevamos 17 siglos de procesiones.
Y en el s XVI en un intento de reafirmar la doctrina frente a la reforma se quiso dar lucimiento a la imaginería.
Hoy en día no todos los que se acercan lo hacen por religiosidad y creo que tampoco todos los que participan como nazarenos.
Para mí que saquen el Cristo y la Virgen por las calles me emociona siempre que se haga con respeto y con fe. Y no todas las procesiones cumplen esto.
Estuve en Alicante cuando sacan al Cristo del mar de la Basílica de Santa María y creo que fue grandioso y una gran mayoría lo presenciaron con devoción. En cambio al día siguiente me dio pena ver otra procesión por el desorden y despreocupación que había, para esto mejor que no salgan.
La ornamentación la veo como expresión de un pueblo que a lo largo de estos siglos ha querido alzar a la Virgen de la manera más suntuosa que conoce. Pasa lo mismo en las Iglesias con sus retablos. Pero aunque quizá se debería pensar que actualmente nos diría más la sobriedad yo respeto toda esa tradición siempre que salgan los pasos con la seriedad que merece y no degenere en atracción de fiestas.

Stepario dijo...

Estoy de acuerdo contigo, Fran.

Por cierto, me gusta tu blog.

Fran dijo...

Muchas gracias, es un honor.

Ángel Jiménez dijo...

Cuanta razón llevas. Pero de lo que no nos damos cuenta -o no terminamos de darnos, más bien- es que con las procesiones empezamos a ver la realidad de lo que llaman por ahí religiosidad popular. Hace mucho que el "procesionismo" es aconfesional y pronto será, como corresponde, laico. Son un espectáculo entre bochornoso y esperpéntico que sólo satisface a los mismos que deja contentos Salsa Rosa. Como el Rocío o la Virgen de la Cabeza, las procesiones son una excusa para la fiesta y el cachondeo. ¿Cristo? ¿Y tú vas a comparar a Cristo con El Abuelo? Un abrazo.

Stepario dijo...

Ángel, es tu tema que hiere susceptibilidades, y no sólo las mías. Pero cuando veo una procesión, siempre me asalta la misma duda existencial: ¿qué es exactamente lo que estoy haciendo?