jueves, 18 de marzo de 2010

Bella

En la parte final de esta película, la protagonista (excelente la actriz Tammy Blanchard), le dice a su amigo: “Yo quiero traer un hijo a este mundo por amor”. Pero resulta que ya está embarazada, y piensa abortar, de modo que lo que proclama es un deseo que no cree posible satisfacer en el momento presente, y piensa que la realidad que está viviendo no representa la oportunidad soñada.

Dice el Señor: “Si no amas a tu prójimo, a quien ves, ¿cómo vas a amar a Dios, a quien no ves?”. A esta chica se le podría decir: “Si no amas al hijo que llevas ahora en tu seno, ¿cómo amarás al que esperas tener en un futuro?”. A veces queremos un amor domesticado, del que seamos absolutos administradores de sus tiempos, sus cantidades y sus oportunidades. Pero el amor puede tener su propia iniciativa y sus propias exigencias: puede llegar llamando, en lugar de aparecer a nuestra llamada. Si amamos sólo cuando lo hemos proyectado y planificado, cuando hemos decidido el momento idóneo, nuestro amor es mera autocomplacencia, una forma bonita de hacer cosas que nos apetecen. Es ponerle un nombre que no merece al capricho.

La protagonista quiere un hijo por amor, pero el hijo se le ha adelantado y ha trastocado su ecuación. Entonces lo que toca es amor por el hijo.

domingo, 7 de marzo de 2010

Nine


Esta película, basada en un musical de Broadway, que a su vez se inspira en la película “Ocho y medio”, de Fellini, cuenta la historia de un director de cine italiano a quien ha abandonado la inspiración y que intenta recuperarla desesperadamente para hacer una película ya en marcha, que sólo cuenta con el título…

Lo más interesante es la figura de este hombre –soberbio, como siempre, Daniel Day-Lewis–, melancólico, egoísta, mujeriego, infantil, mendaz. Se halla perdido, ha confiado su vida a su talento artístico, y cuando éste se viene abajo, lo hace toda su existencia, ya que ha ido rellenando de mentiras el vaciamiento de su don. Se siente solo porque, rodeado de amigos, sólo ha sabido utilizarlos para sus fines y sus placeres. Se reconoce católico, pero no encuentra el camino de vuelta. Los números musicales ilustran su mundo interior más que la perpetua máscara de su rostro, pertrechada siempre de gafas de sol, con la que oculta su verdad. En su mundo imaginario desfilan sus debilidades, sus sentimientos de culpa, sus arraigados pecados –también en su vertiente festiva y orgiástica-, que solo esporádicamente le han satisfecho, y que ahora están lejos de devolverle el sentido.

Todos los intentos de arreglar el desastre desde su antigua vida son baldíos, ya no caben más parches. La redención parte del reconocimiento de la verdad y la petición de perdón; luego se retira y se purifica, para acabar siendo tan humilde que es capaz de empezar de nuevo con mucho más que su genialidad: una vida encauzada.

(Otros se quedarán con el vestuario ajustado, la sensualidad de las actrices, la invitación al arrebato; pero, al menos en esta película, al poco tiempo eso sólo deja el regusto amargo de lo vacío).

jueves, 4 de marzo de 2010

No hay soluciones rápidas


Pasan por la cabeza la energía invertida en agotadoras discusiones en torno al tema polémico de turno, la esperanza puesta en acciones espectaculares y argumentos brillantes en defensa de altos principios, el devanarse los sesos interminablemente para hallar la respuesta perfecta. A veces todo parece inútil, que el muro del error y el absurdo se alza incluso más alto y robusto, y la vida está cada vez más amenazada, la familia todavía más en peligro, el propio sentido común más perseguido.

Sin embargo, ningún esfuerzo por la Verdad es inútil, al menos no a los ojos de Dios. Por otra parte, ningún esfuerzo nos garantiza un éxito pronto y perenne, y esto es en lo que pienso ahora.

Hace poco vi la película “Amazing Grace”, en la que se narra la historia real del parlamentario inglés William Wilberforce, sobre todo su lucha para abolir la esclavitud, que ocupó los mejores años de su vida como una cruzada en la que arriesgó la salud y para la que sacrificó otras recompensas de la carrera política que tenía a su alcance. Finalmente, logró dar un paso importante para su objetivo, y lo consiguió cuando ya parecía imposible, precisamente por no haber renunciado a su propósito. Fue una jugada de ingenio y osadía lo que le permitió, a él y a sus compañeros, alcanzar lo que tanto deseaban.

Esta historia nos habla de que no hay que cejar en el empeño cuando se trata de una buena causa. Nos dice que hay que poner en juego la propia vida, con todas las potencias del alma, y la imaginación y el descaro por añadidura. También nos dice que no hay respuestas fáciles y rápidas, aunque todos las buscamos ansiosamente. Probablemente, la victoria no será disfrutada por quienes derrocharon más voluntad, pero acaba por llegar. Con la ayuda de Dios, será posible defender la vida humana, devolverle su dignidad y fortalecer de nuevo a la familia, aunque el muro cada vez nos parezca más inexpugnable.