viernes, 30 de noviembre de 2007

Luz que agoniza


Charles Boyer –no te enrolles– fue un actor dúctil, sobre todo porque usaba como plastilina las facciones de su cara, sin perder casi nunca la compostura, para mostrarnos mil formas de parecer malvado. También podía ser bueno, como en la primera “Tú y yo”, pero ¿quién se acuerda de aquella, habiendo una segunda, con Cary Grant, y encima en color?

Charles Boyer hace de marido pianista (Gregory), Ingrid Bergman de mujercita al borde de un billete al manicomio (Paula), y Joseph Cotten, que también podía ser malo muy malo –recuérdese el tío Charlie de “La sombra de una duda”– es el desconcertado entrometido del que no contaré más por ahora; ah, sí, que se llama Brian Cameron. También aparece por ahí una debutante Angela Lansbury, que antes de dedicarse a la novela policíaca fue sirvienta deslenguada y pelandusca, lo que, aparte de un sueldo módico y una tarde libre a la semana, le proporcionó su primera nominación al oscar. En el otro lado –cronológico– está la veterana y magnífica Dame Mae Witti, que todos recordarán por… no, ya nadie la recuerda.

Los oscars que sí fueron se los llevaron la Bergman y los decorados en blanco y negro (ya se sabe, todos los muebles y paredes pintados de esa guisa). Charles “no te enrolles” Boyer se quedó con las ganas, igual que la fotografía, que también era en blanco y negro, el guión, y la película toda, que estuvo entre las cinco mejores de 1945, que ya es mucho decir para esa época gloriosa, sobre todo si tenemos en cuenta que hay una versión anterior de 1940.

Esta película es recomendable para todos aquellos que toquen al piano las últimas operetas de Strauss, tengan una criada sorda o estén pensando en volver loca a la propia esposa. Por tanto, no se recomienda a menores de ochenta y siete años; los demás tendrán que verla clandestinamente, con la excitación propia de quien paladea un fruto prohibido.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Temas 2


Si el cine español no saca mucho provecho de la Guerra de la Independencia, no digamos de nuestra edad de oro, los reinados de Carlos I –V de Alemania– y Felipe II. Recuerdo alguna vieja película, “Jeromín” de Luis Lucia, que idealizaba la infancia de Don Juan de Austria, llena de sentimientos enaltecedores del valor, el sacrificio y el amor a la patria –algunos dirían que directamente fascistas–; y no me viene a la cabeza mucho más. Sobre la conquista de Ámerica, hay alguna película, pero volcada sobre sus aspectos más sórdidos, como “El dorado” –muy lejos de “La Araucana”–.

Pero si salimos de España, nos encontramos con referencias no precisamente benévolas con España. El cine de habla inglesa no es dado a recordar nuestras gloriosas gestas, sino que prefiere los esporádicos fracasos de ese periodo, haciéndolos aún más sonoros. Está ahora en los cines “Elizabeth. La edad de oro”, en la que España y su rey, con el episodio de la Armada Invencible, quedan ridiculizados (lamentable es que encima un español se haya prestado a interpretar para esta humillación). No es cosa nueva, ya Errol Flynn hundía a toda la flota española con sus cabriolas en el clásico “El halcón del mar”.

Además, como la leyenda negra nos la creemos, y encima nos gusta, elegimos hacer películas ambientadas en los momentos llamados de decadencia. He ahí la reciente “Alatriste”, con buen vestuario y fotografía, pero con un guión de cortar y pegar, lleno de anacronismos ideológicos, reflejo de los prejuicios del autor de la novela. Se repite, como tantas veces en nuestro tiempo, el dicho de Einstein sobre la perfección de medios y la confusión de fines.

Seguiré, me temo, lamentando que no se hagan buenas y fieles películas sobre Pavía –algo parecido explora, en plan muermo, Ermano Olmi en “El oficio de las armas”-, San Quintín, Lepanto o Mühlberg; y las hazañas de Cortés, Pizarro, Elcano o Balboa en América merecen ser llevadas al cine con dignidad, y no como la historia de locura de “Aguirre o la cólera de Dios”. Me quedaré con las ganas, porque todo esto es políticamente incorrecto, pero mira qué bien lo hacen los ingleses con “Master and commander”, por ejemplo. Ah, que la hicieron australianos. Pues que se encarguen ellos (Mel Gibson, espero que leas este blog).

lunes, 26 de noviembre de 2007

Ariane


Billy Wilder y Audrey Hepburn, y no es «Sabrina», sino «Love in the afternoon». No la había visto nunca, pero es deliciosa. Audrey llena la pantalla con sólo aparecer y mire o sonría. El humor de Wilder, su socarronería, sobrevuela toda la película, un estilo inconfundible, una fotografía peculiar y hermosa, justa, en la que no sobra ni falta nada. Gary Cooper está en las últimas, pero hace un esfuerzo, cuando la vida se le escapa, por fingirse vividor. Maurice Chevalier, qué ironía, el rey de las varietés, hace de padre responsable que intenta mantener a su hija alejada de la sordidez del mundo y de los sinvergüenzas que lo pueblan. La orquesta zíngara, banda sonora con patas, consigue el milagro de ser cómica y, a la vez, entrañable.

Y el amor, en París esta vez, lo inunda todo, con la pose de romanticismo extremo, de la que nos reímos, la analítica del detective, la hedonista del millonario calavera, y nuevamente la romántica, que en su insistencia derriba las demás, o no, que con Wilder nunca se sabe de bien, porque todo confluye en el mismo mar, y se mezcla.

Hay muchos besos en esta película, sobre todo en la presentación, y son en sí mismos un canto a la vida, a su prolongación mediante la creatividad del amor. Wilder amaba de veras la vida, fue creador de obras, como se suele decir, imperecederas. Y eso que, como dijo en otra, nadie es perfecto. O precisamente por eso.

viernes, 23 de noviembre de 2007

Temas 1


Viendo un documental sobre Napoleón, me ha venido a la cabeza una cuestión, ya algo trillada, la de los temas de los que se ocupan las películas; concretamente, las películas… españolas. Se ha dicho mucho, y yo lo he repetido (o viceversa), que España tiene una Historia como para rodar superproducciones espectaculares todos los años. Concretamente, a mí me fascinan dos épocas: la de los Austrias mayores –Carlos I y Felipe II– y la Guerra de la Independencia. Tocaré hoy ésta, y dejaré para otro día la primera.

Soy devoto de los Episodios Nacionales, de Galdós (ver perfil), muy en especial de su primera serie, donde aparece un héroe ideal, Gabriel de Araceli, a quien le ocurren todo tipo de aventuras. Cuando, siendo un imberbe, leía sus peripecias, no dejaba de imaginar lo que sería una película que recogiese esas hazañas y esa época. Hay varias películas «napoleónicas» de calidad, desde el «Napoleón» de Abel Gance, hasta la «Guerra y paz» de Sergei Bondarchuk (es mejor que la americana, a pesar de Audrey Hepburn), pasando por la estupenda «Los duelistas», del mejor Ridley Scott. Pero sobre Napoleón en España, tengo mejores recuerdos de la «Agustina de Aragón» de Juan de Orduña –con todos sus defectos– que de la reciente «Los fantasmas de Goya», de un decepcionante Milos Forman, que aprovecho para criticar aquí azuzado por Don Ángel: película deslavazada, con doblaje espantoso, acción cutre y actores desnortados, en la que la única salvable, Natalie Portman, aparece deforme e ida durante la mitad de la película. Por supuesto, el reflejo de la Historia es pura coincidencia.

Para esto, que sigan haciendo películas sobre la Guerra Civil, en la que no cabe más sorpresa que la de averiguar cómo de malo será el fascista de turno (o viceversa).

jueves, 22 de noviembre de 2007

Nombres


Todo el mundo sabe que el verdadero nombre de John Wayne era Marion, o por decirlo todo, Marion Michael Morrison. No le iba a un tipo duro del cine como él lo de Marion. Marilyn Monroe también se cambió el nombre, que era nada menos que Norma Jean Mortensen. Tampoco le hubiera sentado bien a William Holden aparecer en los créditos como William Franklin Beedle, que hubiera sonado como una onomatopeya ridícula. Y Anthony Quinn americanizó su Antonio Rodolfo Oaxaca Quinn. Más lejos llegó Margarita Carmen Cansino, que se rebautizó Rita Hayworth. Curiosamente, Marlon Brando se llamaba de verdad así, como su padre, que por suerte para él le legó un nombre muy cinematográfico, aparte de otras cosas, supongo.

Viene esto a propósito de la insana moda de algunos actores de hoy de mantener su nombre original, para perplejidad de los cinéfagos como yo. Por ejemplo, el siempre alelado Jake Gyllenhaal –y su nada candorosa hermana Maggie–, el sueco ya afincado en Hollywood Stellan Skarsgard –el de la horrorosa “Los fantasmas de Goya” y otras más apreciables–, el prestigiado Liev Schreiber, o la cargante Renée Zellweger. ¿A dónde van con esos nombres? Desde luego, no esperarán que escriba mucho de ellos, como de ningún otro que tenga que buscar en google para no dejarme letras en el tintero.

A propósito de letras. Otros a un nombre sencillo y vulgaris le añaden alguna. Jamie Foxx. Ya podía haber llegado a la triple equis, si lo que quería era alejarse del auténtico, Eric Bishop, de resonancias eclesiásticas. Claro que esto no es nuevo, ya lo hizo el bueno de Minelli, don Vincente. Por cierto, que su suicida esposa, Judy Garland, se llamaba en realidad Frances Gumm.

Con lo práctico que es llamarse Robert de Niro o Al Pacino, fácil de decir y de recordar. Esos chicos seguro que llegan lejos, ya lo veréis.

Pero que nadie me toque a Forest Whitaker, que ese es de los Whitaker de toda la vida.

martes, 20 de noviembre de 2007

Un final made in Hollywood



Ponen una peli de Woody Allen en la tele, una de las últimas, que no he visto. Parece que es de las graciosas, un aliciente más, porque hoy no tengo ganas de deprimirme. Preparo la circunstancia cinematográfica como mandan los cánones más tradicionales: carne de membrillo, un puñado de nueces y el brasero. Listo.

La cosa tiene su gracia. Un director oscarizado en declive (absoluto) tiene la oportunidad de dirigir una producción costosa. Si el mismo Woody no fuera un autor prestigioso no nos lo creeríamos, de patético que resulta el personaje. Para colmo, el día de inicio del rodaje pierde la visión, ceguera psicosomática (como le espeta su hijo punky, "a ti no te puede pasar algo que sea de verdad"). El nudo de la historia y su gracia reside pues en la imposible dirección de la película por un invidente.

El nudo de mi entrada y su desgracia es la no menos imposible misión de escribir sobre esto habiéndome quedado dormido a la mitad. ¿O he podido hacerlo?

viernes, 16 de noviembre de 2007

Héroes


(Por petición popular)
¿Qué puedo decir de Héroes? Si confesase que tengo una habilidad secreta, de alcance inimaginable, que me obligará a viajar por los USA para salvar a la animadora, salvar al mundo, con una espada toledana en la espalda -y por qué no- unos cuantos surikens prestos en mi cinturón, la cosa tendría algún interés, al menos para el psiquiatra. Pero me temo que esta revelación tendrá que esperar.
De momento, me conformo con ser espectador pirata de la primera temporada e imaginar que puedo teletransportarme -esto es, meterme en el televisor- para decirle a Hiro que apriete más los dientes, que últimamente no para ni un Casio; a Peter Petrelli que no se fie de su hermano ni de las mujeres de edad incierta; a Niki que su hijo está creciendo demasiado rápido (?), a capítulos vista; a Bigotitos que no se hunda, que su ama acabará por reconocerlo; y a la camarera del aprendizaje instantáneo, que se pase por aquí a ver si su poder es contagioso.

jueves, 15 de noviembre de 2007

El hombre tranquilo


Una vez oí decir a cierto prestigioso y guarrete director español que John Ford -que según Welles era, él solo, los tres mejores directores de la Historia- no le gustaba, porque era demasiado irlandés, y supongo que, como consecuencia, demasiado católico, americano y facha.
Si uno ve "El hombre tranquilo", y sobre todo si ya tiene cierta amistad con ella, se tendrá que reír del prestigio de ciertos directores españoles marranazos. Alegría de vivir, humor y mucha cerveza negra, hacen de esta película una obra intemporal, refrescante y emotiva. Para algunos, el cine debe consistir en pasar un mal rato o inculcar memoria histórica (si no es lo mismo); pero para los cineastas de verdad, el cine es vida y provoca las ganas de vivirla. Claro que aquí hay un debate muy viejo en el que no quiero entrar ahora.
Me quedo con el caballo de Barry Fitzgerald, parándose delante de la taberna sin que lo ordene su amo, por pura costumbre, ya que el gaznate seco del hombrecillo es el motor de su intrahistoria. Homérico.
P. D.- Esta vez la foto no tiene escotes, pero emana una fuerza...

martes, 13 de noviembre de 2007

Stardust


O polvo de estrellas -el protagonista acaba liado con una-, película fantástica, romántica como un cuentecito y divertida, con un Robert de Niro desinhibido hasta decir ¡pero hombre!, o lo que sea... Seguramente algunos tomarán como ofensa que haya visto esta película, sobre todo si confieso que la noche de antes me quedé dormido viendo "Manhattan" por primera vez. Lo siento, pero no es que no me gustara, simplemente tenía sueño.

Con esto quiero decir que voy a aprovechar mi blog redivivo para relatar mis últimas experiencias cinematográficas, aunque -y he aquí mi tercera confesión- ahora estoy enganchado a "Héroes", una peli de veintitantos capítulos, con protas guapas, protas graciosos y protas muy malos malotes. Se ha criticado por algunos que ven en ella un plagio de los mutantes de Marvel; pero desde mi punto de vista, hay sobre todo una inspiración -sana- en "El protegido", esa peli que es mucho más de lo que parece y que nos emociona a tantos. Vale.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Zelig






El síndrome de Zelig


en un simposio académico produjo


una distorsión en la fuerza.