viernes, 26 de septiembre de 2008

Lecturas


Escribió Jean Guitton: «Si los ateos estuviesen tan seguros de tener razón, no serían agresivos». Es una pena que tantos que se dicen ateos sólo busquen una respuesta fácil para no ir más allá, para no llegar hasta la verdad. Si la verdad fuera una meta, no habría ateos. Edith Stein contaba, de su vida antes de la conversión: «Mi única oración era la búsqueda de la verdad»; después pudo decir: «Quien busca la verdad, consciente o inconscientemente busca a Dios».

La pregunta sobre Dios no es una cuestión de mera fe. Juan Pablo II, al comienzo de su encíclica Fides et ratio lo deja bien claro: «La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad». Y añadía: «Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad de sí mismo». ¿Puede haber tantas respuestas en tan pocas palabras?

Pero estas son las respuestas que algunos se niegan a buscar, por un tozudo orgullo, o por pensar que se trata de algo secundario, y no puede haber un planteamiento más ingenuo. Ya lo dice Robert Spaemann: «Si Dios existe, entonces eso es lo más importante». Si Dios existe, todo cambia, todo cobra sentido (sin él, como dijo Dostoievsky, nada tiene sentido). Por eso es lo primero que hay que averiguar.

Hasta tal punto se cree en nuestra época que Dios no es necesario, que es una cuestión que se puede postergar, que incluso entre cristianos se da pábulo a los argumentos de ateos y descreídos, sólo por su superficial atractivo. Lo advertía el todavía Cardenal Ratzinger: «Su pensamiento parece más interesante, pero a costa de la verdad».

Si la verdad no es luz y guía, si Dios no es lo primero, si el complacer a los demás o las recompensas terrenas sustituyen a lo esencial, la propia Iglesia puede desnortarse. Según Nicolás Gómez Dávila: «A una Iglesia que no vuelve la espalda al mundo, éste le acaba dando la espalda». La Iglesia está para dirigir el rumbo a la Verdad, y entonces el mundo se volverá a ella, y volverá a Dios.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Prohibir el aborto


Todos lo esperábamos con ansia. Esta joven ministra, sensible y moderna, educada en un colegio de monjas, iba a dar el paso valiente que hacía falta: promover una ley que prohibiera el aborto. Se había dado cuenta de que el grito de los no nacidos y su sangre derramada en matanzas siniestras constituían una situación insostenible. No se podía permitir que unas madres, por angustiadas que estuviesen, llevaran a su hijo más indefenso al carnicero para que lo hiciese trizas; ya se buscarían otras formas, costase lo que costase, para paliar esa angustia, pero no a costa de la sangre de otros. Por fin una mujer progresista iba a decir sí a la vida, sí a la persona, sí al derecho a nacer y a probar el aroma del aire. Habían muerto muchos mientras tanto, nos habíamos embrutecido hasta extremos inimaginables, se estaba poniendo en peligro la supervivencia de nuestra sociedad. Pero con ella la pesadilla terminaba, se nos devolvía la esperanza.



O eso quisiera haber escrito.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Películas del verano


Coinciden los críticos en que éste ha sido un verano de cine inusualmente bueno, con películas que pueden competir por los óscars con merecimiento, y que además tienen una calidad contrastada. Yo he visto tres, y voy a comentar brevemente cada una:

Hancock: peli de superhéroe, y peli de Will Smith. Ambos detalles me atrajeron al cine. Es una pena que la publicidad previa quite la sorpresa de algunas escenas estupendas, y hay que reconocer que lo mejor de la película es el planteamiento, original y divertido. Luego la historia sale por donde uno menos se lo espera, y parece otra película. Pero así y todo está bien, los actores son buenos y los efectos especiales contundentes.

El caballero oscuro: la segunda parte no defraudó después de la grata sorpresa de la primera (no cuento anteriores “batmanes” porque esta es una senda diferente, la de Christopher Nolan). Y no sólo no defraudó, sino que alcanzó cotas muy altas de profundidad –valga la paradoja- en todos los aspectos, dejando la sensación de haber visto un peliculón –cuando fui el día del estreno, hubo aplausos, y eso no es corriente-. Toda la propaganda ha girado en torno al personaje de Joker, interpretado por el fenecido Ledger, y que resulta inquietante por su nihilismo absoluto –no sé si acierto con el término o si suelto un pegote-, aunque hay otros personajes estupendos, muy bien interpretados, y una historia de clímax continuo o sucesivo que te deja sin resuello, y un final bueno, o varios finales buenos, en el mejor sentido de la palabra.

Wall-E: a la historia de este robotillo la han calificado casi todos como obra maestra. La distancia y el tiempo nos lo dirán. Pero desde luego es emocionante, técnicamente perfecta, divertida y triste, dura y tierna, elegante y sucia, fría y calidísima, grandiosa e íntima,humana y artificial. Todo cabe, y todo está perfectamente encajado. Es tan buena que no se atreve uno a decirlo con la boca llena, para no romper el encanto.

Espero que el otoño no desmerezca.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Hablar de resurrección


Un conocido periodista elogia a un famoso actor que acaba de superar un cáncer, y de paso anima a otros enfermos “a no perder la mayor esperanza: la esperanza de la curación”. Claro que un enfermo desea curarse, pero, ¿es esa la mayor esperanza del hombre que sufre? Curarse está muy bien y es deseable, pero como mucho significa volver a una vida que al cabo de pocos años terminará, posiblemente entre nuevos achaques.

Antaño la gente ponía su gente ponía su esperanza en una nueva vida, en una vida gloriosa y para siempre, en la eternidad mediante la resurrección. Pero ahora se habla antes de reencarnación –con sus adornos estrambóticos- que de resurrección. Y las consecuencias se notan. Ya decía Julián Marías que no es lo mismo vivir creyendo que existe otra vida después de ésta, que pensando que el final está en la sepultura. La esperanza de un Cielo hace que no se acumulen tesoros en la tierra, que se relativice lo material, que no haya tantas angustias por tener tiempo para lograr los resultados y las satisfacciones de lo inmanente.

Por desgracia, ni siquiera los cristianos son hoy muy dados a hablar de resurrección, pese a que San Pablo decía que, sin la resurrección, su fe sería un dislate. ¿Estaremos haciendo el ridículo?