lunes, 14 de diciembre de 2009

Domingo gaudete




Ayer, domingo día 13, tercero de Adviento, es conocido como “gaudete”, por la exhortación de San Pablo a los filipenses –“Estad alegres, os lo repito, estad alegres en el Señor”– y las demás lecturas de la liturgia de ese día, que giran en torno al tema de la alegría. Además, antes la Iglesia reservaba para ese día el uso del color rosa.


En este contexto ha nacido Julia –en rigor, sólo cinco minutos después de que empezara– y nadie tiene que decirnos ya que estemos alegres. El milagro se ha hecho un trocito de carne que ya vive en su propio espacio dentro de nuestra casa.

viernes, 4 de diciembre de 2009

La cadena invisible


Chesterton, en su maravilloso libro sobre San Francisco de Asís, plantea una idea que me ha hecho pensar durante años, y que me ha ayudado a ver luces en la vida. Afirma, en un determinado momento, que Cristo era como San Francisco. Explica esto acto seguido:

“He aquí lo que quiero significar: que si se encuentran ciertos enigmas y frases difíciles en aquella historia de Galilea y se da con la respuesta de aquellos enigmas en la historia de Asís, ello demuestra, en realidad, que ha sido transmitido un secreto en una sola tradición religiosa, y en ninguna otra; demuestra que el arca cerrada en Palestina puede ser abierta en Asís, porque es la Iglesia quien guarda las llaves”

Un poco más adelante, aclara un algo más: “Parece probable que, si se encuentra una misma verdad en los dos extremos de una cadena de tradición, esta Tradición ha conservado la Verdad”

Dicho con mis palabras: el Espíritu siempre está en la Iglesia, aunque su exponente más santo se pueda encontrar unas veces en San Pedro y otras en una pobre choza. Al comparar con Cristo, encontramos a la Iglesia. Misteriosamente, los santos son fieles a la Iglesia, y es curioso que en sus vidas, casi como norma, se encontraran con dificultades y zancadillas puestas por la misma Iglesia, que sin duda, de forma que podríamos llamar irónica, seguía cumpliendo su misión de ayudar a santificar a los bautizados.

A veces, sobre todo en los primeros tiempos de mi fe incipiente (que ahora puede ser “incipiente grado 2”), me planteaban dudas acerca de cuestiones polémicas en las que la Iglesia daba respuestas que yo no podía entender, aunque tenía que compartir. Algunos en mi entorno se ponían etiquetas de cristianos con logotipos distintos y variados, y quitaban y ponían cosas a lo que me habían enseñado que debía de ser la Iglesia, con el consiguiente desconcierto. Al final concluí que esa misma Iglesia que me provocaba dudas a mí y a otros rechazo en algunos temas, era la misma que me había presentado a Cristo, la misma que me acogía en el momento del arrepentimiento, la misma que me enseñaba el camino de la felicidad, la misma que me animaba en los momentos de depresión. Y si era la misma que yo a veces no entendía, el problema no era de ella, sino mío, porque mis objeciones eran tan pequeñas frente a la magnificencia de su amor, que sólo podían deberse a mi ignorancia. ¿Cómo podía cuestionar el amor de quien me había enseñado a amar? ¿Cómo podía decirle, a quien me había descubierto a Jesús, que no era como me lo contaba? Preferí ser hijo y discípulo, antes que crítico y revolucionario –la crítica, para mí, pensé, y la revolución, es lo que le va haciendo falta a mi vida–.

Con el paso de los años he ido comprendiendo todo aquello que me desconcertaba: era culpa mía. Nunca dejé de confrontar nada con la razón por el hecho de que fuera exigencia de la fe; pero ésta me ayudaba cuando la otra no podía. Con razón decía Juan Pablo II que la fe y la razón son las dos alas que elevan al espíritu humano al conocimiento de la verdad: así es como lo he vivido. Tampoco es que yo sepa mucho; pero si me fijo en los santos, entiendo muchas cosas, y veo a la Iglesia viviendo a través de ellos, como una cadena invisible con la que Dios atraviesa la Historia.

domingo, 22 de noviembre de 2009

La vida que desborda


La vida es un simposio (no precisaré de qué). En un simposio cualquiera, celebrado en una universidad a orillas del mar, asiste uno a ponencias deslumbrantes y a fraudes conferenciales; participa uno de aplausos y bostezos; se huye del sueño que nos alcanza, y no acaba de alcanzar los sueños que siempre nos rehúyen; comenta puntos de vista doctrinales, y pone a la vista de todos algunos puntos (o verrugas) de la doctrina; se ríe de cualquiera y de uno mismo, pero más de los primeros; se entera de cosas que no sabía, y sobre todo se entera de que no sabe prácticamente nada; se vuelve a encontrar a personas que apreciaba, a otras que menos, y a algunas no las encuentra, pero siempre hay novedades interesantes.

Todo comienza con un viaje iniciático, y el regreso es un viaje agónico. La maleta vuelve llena de nuevas perspectivas, porque la vida no se agota, se agota uno antes. Y en compartimentos olvidados, se oyen risas; en baúles cerrados, bullen ideas; en rincones oscuros, brilla una luz misteriosa. La vida suma y sigue, continuamos descubriendo nuevos pasadizos, abriendo puertas que permanecían ocultas, saludando rostros desconocidos que nos reflejan y que resultan ser compañeros de trayecto o de celda o de existencia. La casualidad, el azar, lo imprevisible forman parte de este trajín vital que nos traemos entre manos. Ya dijo Julián Marías que la vida humana es incierta. Y la incertidumbre nos desborda.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Dónde apoyamos la fe


Que conste, para empezar, que mi fe no es más grande que un grano de mostaza… Y aun así, creo que Dios es lo más importante, pero falta el ajuste coherente con la vida que se supone que cree eso.

Últimamente veo cosas que me hacen pensar. Son tiempos difíciles, los creyentes están agobiados por el entorno social y político, parece que nada es favorable… ¿Y cuándo lo fue? Es cierto que pueden matar nuestro cuerpo, pero ya se nos advirtió que eso no es lo verdaderamente peligroso. El peligro viene de quien puede condenar nuestra alma. Y en nuestra alma se pueden sentir las presiones de los malos tiempos y la hostilidad social y política; pero no es menos mala la comodidad de los días en que el viento sopla a favor. Para nuestra alma, insisto, que es lo importante.

Relativizo los peligros, pero aquí mi intención era relativizar las esperanzas. Miro en mi derredor a los que creen como yo, y observo que se agarran con ilusión de niños a pequeñas o grandes cosas que a mí no me acaban de entusiasmar porque las veo… demasiado de este mundo. Grandiosas manifestaciones, cristianos separados que quieren volver a la Madre Iglesia, programas televisivos exitosos o pelis de valores que atraen al público. Todo eso son fruto y señal de algo bueno; pero mucho me temo que solemos valorarlo con parámetros esencialmente humanos, lo que, por otra parte, es muy humano.

¿Qué más da que hubiera treinta o cuarenta personas más en misa? ¿Sabemos acaso por qué estaban allí? Dios no cuenta, Dios ama. Mi fe se apoya en el Amor de Dios, y no en la esperanza que pudieran traerme grandes masas de –supuestos– cristianos saliendo de debajo de las piedras. ¿Somos muchos? ¿Somos pocos? Cada alma es lo que importa a Dios, que no lee las estadísticas. Un hombre solo basta para encontrar esperanza, si cree en Dios. Me gusta pensar a veces en esos mártires anónimos, que no figuran en ninguna lista, y que dieron su vida por la fe rodeados de enemigos, perdonando a los que los mataban, sin que nadie luego recordara su nombre ni quedara memoria de su gesto. Dios lo recuerda, porque Dios ama, y en eso es en lo que creo.

sábado, 24 de octubre de 2009

Abolir el aborto


Tal día como hoy, hace una semana, nos manifestamos unos cuantos en Madrid, en defensa de la vida y contra el crimen del aborto. He tardado en referirme a ello, estoy liado con mil tareas, pero no es algo que se pueda dejar pasar.

La cosa es grave, y parte de su gravedad estriba en la anestesia, desinterés o complicidad de buena parte de la sociedad. Ya lo dijo Julián Marías, y se ha repetido mucho: lo peor de todo es la aceptación social del aborto. Puede que esto esté cambiando lentamente –en EEUU se dice que hay más concienciación–, pero en España parecemos empeñados en adentrarnos todavía más en la barbarie. Es culpa de un Gobierno miserable –que conste que me dan igual las siglas– y de una sociedad pasiva. No podemos quedarnos quietos, es preciso ABOLIR EL ABORTO. Como se hizo con la esclavitud en su momento, no se trata de algo de menor trascendencia.

Se trata de una tarea heroica, que implica el compromiso de todos los ciudadanos dispuestos a luchar por lo que es justo y contra lo que es inmoral. Juan Manuel de Prada lo ha expuesto muy bien, y a sus palabras me remito.

domingo, 4 de octubre de 2009

Hablar a los tontos


He descubierto la estrategia del Partido Socialista, esa que no podía ver oculta tras la aparente estulticia de sus argumentos. No, no es que piensen que somos tontos, esto no es más que la típica salida despectiva. Lo que ocurre es que saben que hay tontos, en realidad muchos tontos –en buena parte se deben a su labor “educativa” por las vías de la escuela y la televisión–, sin ánimo de menospreciar a los discapacitados mentales de cualquier tipo. Me refiero a los tontos lelos, zafios, ignorantes, asilvestrados. Esos que ha producido el socialismo como criaturas votantes. Hay muchos, lo saben, y se dirigen a ellos como lo que son, aunque los demás quedemos desconcertados.

Así, el tal Pepiño Blanco puede aparecer defendiendo las medidas económicas de su Gobierno con apelaciones lacrimógenas a las viudas, más propias de un serial radiofónico de la época de Franco que de un tío que se dice progre. Otras veces le hemos podido oír que se declaraba católico, como coartada para pegarle una patada al Iglesia en la cabeza, y no importa que cualquier católico o persona de bien pueda entender perfectamente que este señor como mucho estará bautizado, y que eso no basta para ir de católico por la vida. Suena un poco como el lema chistoso de «el monte es de todos, quema tu parte».

Todo esto da igual, porque los tontos, muchos tontos, a los que habla el tal Pepiño se tragan esos mondongos sin rechistar, los aplauden con las orejas y le cambian el nombre a su madre si lo manda el albacea de la memoria histórica. Van a ganarse sus votos, y les da lo mismo qué piensen los demás, porque con esos les basta.

lunes, 10 de agosto de 2009

Up


Desde que vi la última película de Pixar, el día de su estreno, no he tenido mucho tiempo para pensar en ella (este verano toca trabajar), pero sus escenas relampaguean de vez en cuando en mi mente, y me voy dando cuenta de que tiene, por decirlo coloquialmente, mucha miga.

La historia de un abuelo, de un niño, de animales, de un viaje extraordinario… da para mucho si se le echa imaginación y humanidad. Pero me quiero quedar con la primera parte de la película, unos pocos minutos no habrán dejado de emocionar a nadie que los haya visto. Es la vida de un matrimonio, contada, tras apenas unas palabras iniciales, en secuencias que tienen un acompañamiento musical muy significativo, y que resumen brevemente el amor, la esperanza, la superación de los problemas, los proyectos realizados y los truncados, la supervivencia y el sentimiento de culpa, los recuerdos… y podría seguir.

Emociona esa parte (no quiero contar nada, aunque es fácil de intuir, y sólo es la premisa del resto de la historia –¿sólo?–) porque cualquiera se puede identificar con ella, porque es una historia humana, biografía a grandes pero elocuentes trazos, que resume (no reduce) lo que es la vida personal, pero al mismo tiempo insinúa sus múltiples proyecciones, lo que creo que Julián Marías llamaba «las trayectorias». Cuando la lágrima se anuncia temblorosa al final de este breve relato introductorio, lo que ocurre es que los creadores de esta obra maestra han sabido retratar con mano maestra el momento de lo que llamaré «la pérdida» que, en la dimensión personal, incluye mil cosas: no sólo el cuerpo material, el alma y la esfera emotiva, sino también los proyectos, las ilusiones, las «inversiones» aparentemente no recuperadas, los arrepentimientos que no vendrán seguidos de enmienda «porque ya no se puede», las oportunidades perdidas, la memoria del amor, que también es la propia vida del corazón que aún late…

Luego viene lo demás, que también es muy bueno y lleno de cosas profundas (cuando tenga tiempo de pensar en ellas). Pero me quedo con ese principio acompañado de un piano, creo, que va flaqueando sus notas, pero que sigue, porque mientras haya vida… hay vida.

viernes, 31 de julio de 2009

Buster Keaton


Anoche fuimos a un acto cultural que ofrecía la bella ciudad de Pamplona, que nos acoge estos días. Se trató de una proyección cinematográfica, “El héroe del río”, de Buster Keaton, con acompañamiento de piano, como en el tiempo en que se estrenó, 1928. Fue una experiencia muy estimulante, pero al poco rato se nos olvidó la cultura, el piano y la pose erudita para desternillarnos de risa, sin más, con el resto del auditorio.

Porque Buster Keaton fue un genio indiscutible al que, en su tiempo, le negaron el pan y la sal, y lo frustraron hasta el punto de que interrumpió su brillante carrera por culpa de la bebida. Una pena, humanamente hablando, y una desgracia para el cine y la cultura en general, por lo mucho que podía haber hecho todavía. Su humor surrealista, inagotable, y sobre todo físico, sigue plenamente vigente, como se comprobó anoche, cuando la gente lloraba de risa viendo sus gags. Se le llamó Cara de palo, o de piedra, pero en realidad todo el cuerpo lo tenía así, porque desde los tres años se aficionó a darse trompadas, y me consta que una vez se rompió hasta el cuello, imagino que para jolgorio del respetable.

Pero, más allá de las anécdotas, hay que celebrar a un genio del cine, y la mejor forma es seguir viendo sus películas.

miércoles, 8 de julio de 2009

La crisis


Anteayer fue el chupinazo con el que se inauguraban las fiestas de San Fermín de 2009, y una multitud borracha, o a poco de estarlo, se convertía en masa en la plaza del ayuntamiento de Pamplona. El locutor que retransmitía el evento comentaba que para esas personas “no había crisis”.

Tampoco debía de haberla para las que, horas después, se apiñaban en el estadio Santiago Bernabeu, con un frenesí morboso, dispuestas a asistir a la presentación de Cristiano Ronaldo como nuevo jugador del Real Madrid, y dispuestas, si llegaba a estar al alcance de sus dedos, a comérselo vivo con furor orgásmico, tal y como le ocurría al protagonista de “El perfume” al final de la novela. Poco después, miles de esos hinchas, aún ebrios de exaltación, saqueaban la tienda del Club cartera en mano para llevarse una camiseta de su ídolo al módico precio de 85 euros la pieza. Esta vez el locutor, tal vez sin saberlo, acertaba al bautizar al fenómeno como “un nuevo becerro de oro”.

Parece que no hay crisis ante estos derroches de dinero y alegría febril. Pero lo cierto es que esto es la crisis pura, ni siquiera uno de sus síntomas, sino su manifestación en lo que de verdad importa. Porque la crisis ante todo es moral, señala la agonía de una sociedad abocada al consumo desenfrenado y a la experiencia de vértigo, seducida por la banalidad de nuevos dioses de oro y barro, adicta a la excitación del momento y a la compañía del rebaño. Es la rebelión de las masas, la exaltación de lo superficial y lo mediocre, la reducción del valor al precio, la traición a Dios, la que hoy preocupa solamente por su aspecto económico.

Pues la crisis está en pleno auge.

viernes, 3 de julio de 2009

Gramática televisiva


Ver las noticias diariamente es un ejercicio que me hace sentir maestro de escuela, de los de antes, que examinaban de ortografía y gramática a los alumnos, vara en mano y ciento volando.

Hoy hemos oído que un encausado ha ido a los tribunales “a rendir cuentas con la justicia”. Al parecer, el criminal iba a coger a unos cuantos jueces del bracete para, todos juntos, encaminarse a una instancia superior (¿Dios?) que les pasaría factura por sus desmanes en esta vida. Vista irónicamente, la expresión es certera, pues está la justicia para pedir tantas disculpas como los delincuentes; pero no se caracterizan los informativos precisamente por su agudeza, de modo que habrá que achacarla a la incultura.

A pesar de su ignorancia, estos periodistas tienen un punto poético reseñable. No de otra forma se puede explicar su manifiesta inclinación al uso de tropos y figuras literarias propias de orfebres del lenguaje. Entre todas destaca la hipérbole, que habría que achacar en una tercera parte a su propensión a la exageración, y en las otras dos a su analfabetismo. Su nulo conocimiento de la Historia les permite exaltar lo que es flor de un día con expresiones como “record mundial” (aunque haya varios empatados en el logro), “nunca antes” (una de las frases preferidas de algún periodista deportivo, que no deja de proferir cada día), estar “absolutamente destrozado” (por una derrota futbolística o por un accidente).


En realidad, los periodistas deportivos y sus patrañas merecen entrada aparte, la dejaremos para otro día.

lunes, 29 de junio de 2009

Revolutionary Road


Esta película, dirigida por Sam Mendes, sigue la línea desesperanzada de su primer título famoso, American Beauty, donde retrataba a una familia americana moderna –un matrimonio y su hija adolescente– en pleno desmoronamiento. En esta ocasión se trata de otro matrimonio, más joven, aunque ya tienen dos hijos, en algún momento de la década de 1950, época que durante años se ha presentado como un tiempo idílico y que ahora parece estar en pleno proceso de revisión desmitificadora para sacar a la luz sus miserias (piénsese en la serie Mad Men).

El matrimonio de esta película –los hijos son apenas inexistentes, como fantasmas que no cuentan– está formado por un par de ilusos que no ven más allá de sus narices, o, mejor dicho, que no quieren más allá de sus narices. Consideran sus vidas vacías y sus sentimientos agotados, y por ello buscan con desesperación otra oportunidad para motivarse, un asidero externo que les agarre a la vida. En triste paradoja parecen sentirse “atrapados por la vida”, que para ellos no tiene sentido. Sus conversaciones son sartas de reproches en las que, con asombro, parecen descubrir, después de una época de introspección, que tenían otra persona delante, que incluso vivían con ella; pero otra persona que no era la de sus fantasías, la de sus falsas suposiciones, aquella que les había hecho promesas que en realidad nunca se habían pronunciado. Cada uno de los protagonistas –muy bien encarnados por Kate Winslet y Leonardo DiCaprio– vive sólo para sí, y por eso no entiende al otro, no se encuentra con él –salvo los encontronazos– y se aleja progresivamente de las posibles vías de redención –el sacrificio, el perdón–.

Sus ilusiones, mal cimentadas, no sólo se difuminan, sino que estallan en pedazos ante los graves lastres a los que se enfrentan: el egoísmo, la cobardía, la irrealidad, la superficialidad. También, no hay que olvidarlo, la falta de fe, de trascendencia, pues en no pocos momentos, los protagonistas son como adictos a una inmanencia –que, en quien no cree, siempre supone el anhelo de “otra vida” material distinta a la que tiene, que ya considera agotada–, y como seres que tienen nublado el entendimiento y colapsada la moral, se llevan por delante lo que sea, como se pone de relieve crudamente en el episodio del aborto. Merece mención aparte el personaje del esquizofrénico, que a la postre resulta el único cuerdo de la función, capaz de dibujar con afilada exactitud los verdaderos contornos del drama, aunque nunca aporte algo de ánimo; en un momento dado, ante una afirmación del protagonista, comenta: “Cualquiera puede confesar que su vida está vacía, pero hace falta valor para reconocer que es irremediable”.

Al final, Sam Mendes sólo nos presenta otro retrato de la falta de esperanza trascendente (en esto, también es un maestro Clint Eastwood). No conocemos su intención final, pero no debe de ser la de devolverle a las gentes su ilusión por vivir (recordemos que era la elevada ambición de Frank Capra en It´s a wonderful life), ni siquiera entretener para proporcionar un momento de evasión (lo que describía Preston Sturges en Sullivan’s travels). Más bien temo que algunos de los que vean esta película y lleven una vida poco satisfactoria sentirán que se hunden más y que nada merece la pena, porque nada tiene sentido y la felicidad es un sueño que se desvanece.

Por mi parte, invito a mirar más allá, y a descubrir una crítica contra la sociedad del consumo y del bienestar superficial, que es incapaz de llenar las vidas desde el exterior. Porque el sentido se halla en el corazón, donde es posible encontrar a Dios, y desde él, hacia fuera, todo es posible, sean cuales fueran las circunstancias. Un ejemplo de lo contrario, localizado en la misma época, se puede ver en la película La ganadora (Jane Anderson, 2005), con Julianne Moore.

miércoles, 10 de junio de 2009

Un milagro


Ya está bien de fotos horribles y malas noticias. Es hora de poner una foto impresionante y de hablar de milagros. Del milagro de la vida, que desde hace doce semanas se produce dentro de Laura, y ha dado lugar a un niño o niña, hijo o hija. Es chocante que unos padres califiquen y sientan así una vida naciente -y no sólo porque en la ecografía se aprecien la cabeza, el cuerpo y los miembros-, mientras que el paradigma oficial ni siquiera la considera humana. Una vida cambia otras vidas, en este caso las nuestras, que ahora se vuelcan hacia el nuevo centro de gravedad, expectantes, cariñosas, asombradas. Si Dios quiere (y pido oraciones para que todo marche bien, como hasta ahora), por Nochebuena habrá un nacimiento común, aparte del divino, pero para nosotros será el más especial de nuestras vidas.

viernes, 5 de junio de 2009

La España de Zp


No sabe uno si reír o llorar, y si hacerlo de vergüenza, indignación o tristeza. El país que está dejando el señor que nos gobierna es de parodia, pero también de pavor.

Veamos. Hoy nos hemos desayunado con los bautizos civiles. Pueden verse como un insulto a la religión, un insulto a la inteligencia y un insulto a la infancia. Imagino que son todo ello y más. Es increíble la cantidad de cosas que puede ser algo tan hueco y tan absurdo. Puede ser hasta una representación de la España actual, superficial, anticristiana y homófila.

No nos riamos tan fuerte, sin embargo, porque una tal Pajín, profetisa o sacerdotisa de la nueva fe socialista, acaba de vaticinar que el planeta (Tierra) va a asistir a la gran revelación: los líderes sobrehumanos, Obama y Zp, van a encontrarse en un evento histórico que transformará el mundo. Seguramente se producirá una conmoción en la fuerza, aunque ya se ha producido en mis intestinos.

Tampoco se puede olvidar, y yo no voy a dejar aquí de recordarlo, que tenemos una Ministra abortista, que afirma sin arrobo que el feto no es un ser humano, aunque sea un ser vivo, y ampara tamaño disparate en la creencia de que la humanidad de “eso” no tiene ningún apoyo científico. ¿Sabrá esta tía lo que es ciencia? ¿Sabrá acaso qué es humano? ¿Tendrá algo más que ideología en la cabeza, entre el serrín y la baba? Lo siento, no lo que le digo, sino lo poco que le digo, porque esta mujer anula mi capacidad de pensar, tiene efectos estupefacientes, me imagino que también sobre la ciudadanía en general, porque de otra forma un país entero no aceptaría tantas sandeces sin vomitar sobre el gobierno. Sin duda, en algún momento de la noche, una cuadrilla de sus sicarios trepó por mi balcón y me trepanó el cerebro, como está haciendo con gran parte de los españoles. Pero a mí todavía no me ha quitado lo suficiente como para no poder reconocer su estupidez… ¿Estará pasando como en La invasión de los ultracuerpos?

viernes, 29 de mayo de 2009

Cómplices del horror


Basta oír a la "logseada" Ministra de Desigualdad decir que un feto es un ser vivo pero no humano, para atisbar la magnitud del horror que se trae entre manos, esa Solución Final que un gobierno desquiciado quiere llevar adelante.

Acostumbro a plantear entre mis alumnos cuestiones peliagudas de este tipo, desde el aborto a las bodas gays, y suelo acabar discutiendo con dos o tres, ante el silencio del resto. Se podría pensar, y es lo que probablemente piensan ellos, que esos dos o tres representan la voz oficial de la opinión pública y mayoritaria; pero posteriores conversaciones privadas con la mayoría silenciosa me han hecho pensar que tal vez no sea así. En general, su postura es más razonable, aunque no sea muy acertada, y en muchos casos se apartan bastante de la postura de los voceros.

Acabo de leer algunas reseñas sobre libros de la época hitleriana, y he detectado con estupor el perfil de las coincidencias. También en la Alemania nazi, como ahora, una mayoría silenciosa acompañó la representación del Holocausto. Una mayoría que no sólo tenía miedo, sino que relativizaba el horror con razones tan groseras como la perspectiva laboral, el ascenso en el ejército o las ventajas económicas. Había otros aspectos que se consideraban más importantes que la sangre de inocentes, aunque sus logros se cimentasen sobre aquella.

También hoy es más cómodo callar, y arriesgado poner en primer lugar la lucha contra la injusticia, la denuncia del aborto o la defensa de la verdad. Otras cosas ocupan el primer puesto de nuestro interés, y el miedo al cambio o la pérdida no ayuda a alterar la escala de valores. Tal vez, en un futuro que espero no lejano, otra generación escriba libros denunciando la complicidad con el horror de nuestro tiempo de esa mayoría desentendida que hoy se ocupa sólo de sus asuntos.

jueves, 23 de abril de 2009

Retorno a Brideshead


“No poseemos nada con certeza, excepto nuestro pasado”. Estas palabras las pronuncia Charles Ryder, el protagonista de Retorno a Brideshead, la famosa novela de Evelyn Waugh, que acabo de leer con avidez. Es cierto que la incertidumbre impregna la novela, no sólo por la inseguridad de los personajes, sino porque nunca se sabe muy bien lo que va a ocurrir a continuación.

Pero hay otra perspectiva, desde la que sí se sabe, y es la de la gracia divina. Justamente el autor confiesa en el prólogo que su intención era ilustrar la actuación de la gracia, y vaya si lo logra. En las ocasiones en que se habla de religión (de la católica, para ser más precisos), los personajes muestran prejuicios, equivocaciones y aversiones a esta fe; pero, no obstante, siempre se tiene la sensación de que estos seres de ficción, dotados de cualidades y dinero, no parecen saber de lo que hablan, y que sus a menudo hirientes ataques al catolicismo no consiguen siquiera arañarlo. La forma en que Waugh consigue mostrarnos esto es sutil e inteligente, y en eso logra reflejar a la realidad.

Al final todo se resuelve como en la vida, de una forma a la vez lógica y sorprendente. Con la lógica y la sorpresa que siempre acompañan a la intervención de la gracia de Dios en la vida de los hombres.

martes, 7 de abril de 2009

Amor, libertad, dolor


Julián Marías afirmaba que sin libertad no hay religión. No sólo eso, sino que sin libertad no se entiende al ser humano, ni su capacidad de amar. Sin libertad, el hombre podría ser objeto del amor, pero no sería imagen divina, sino como un pájaro o un árbol, un ser incapaz de entregarse, de ser sujeto del amor. Sin libertad, el hombre no podría salir de sí mismo y donarse al otro, y a Dios, por medio del amor. No podría amar. Y para que el hombre fuera partícipe de una capacidad tan preciosa, divina, como la de amar, fue creado libre por amor.

La libertad es el instrumento que Dios ha entregado a un ser finito para que intente ser como Él, para que aprenda a amar. Es un instrumento formidable al que Dios no ha querido poner límites, aunque sólo se ejercite en su sentido propio amando y buscando la verdad. Pero todos sabemos que la libertad se emplea también para el mal, genera dolor y puede llevar al hombre al abismo. George Weigel afirma: «Dios creó un mundo de libertad porque, entre otras cosas, Dios desea el amor de hombres y mujeres que eligen libremente amarlo, igual que eligen libremente amarse unos a otros. Y un mundo de libertad es un mundo en el que muchas veces las cosas salen mal; y de ahí, precisamente, es de donde deriva el sufrimiento».

Dios ha creado al hombre libre con todas las consecuencias, aunque su deseo respecto de esa libertad sea muy concreto. Porque, como explica Scott Hahn, «si no tuviéramos libertad para decir no a Dios, no podríamos amarle verdaderamente. En consecuencia, Dios no podía crear seres libres sin permitir simultáneamente la posibilidad del mal».

La libertad humana, otorgada por Dios para que el hombre vuelva a Él por medio del amor, tiene la posibilidad de ser usada en sentido contrario, para renegar del mismo Dios que la ha concedido. No podía ser de otra forma, si tenía que ser libertad auténtica. Aunque el hombre se pierda con su mal uso, Dios no lo impedirá. Ahora no recuerdo quien lo dijo, pero el mismo infierno es la prueba del amor de Dios, que no nos arrebata la libertad que nos hace hombres ni siquiera para evitar la definitiva caída; lo que hace es permanecer hasta el final con los brazos abiertos en actitud de perdón.

lunes, 30 de marzo de 2009

La educación...


Después de la LOGSE, Bolonia. Me recuerda a la famosa frase de Luis XV: «Después de mí, el diluvio». Y vaya si diluvió sobre su hijo y demás descendientes. Pues no digamos de los educandos de mañana y la posteridad. Pero, antes de seguir despotricando, unas palabras de Francisco Rodríguez Adrados, de la Real Academia:

«La enseñanza secundaria se convierte a pasos agigantados en primaria y aun así crece el fracaso escolar. Y, en la enseñanza superior, la propuesta de Bolonia -un pequeño grupo impone su voluntad- consiste, en suma, en rebajar la Universidad al nivel de la enseñanza secundaria y sacrificarlo todo a la tecnología. El Conocimiento no interesa. Quedan el primarismo pedagógico y el especialismo».

Quien se dedique a la enseñanza hoy puede constatar que lo peor no es que los alumnos, incluso los universitarios, ignoren la Gramática, desprecien la Historia o estén ayunos de buenos modales; lo peor –y eso también es fruto del sistema– es que creen hablar claro, saberlo todo y tener siempre la razón. Son peores que los analfabetos antiguos, que al menos podían reconocer y respetar a los letrados, y peores que los menos cultivados que todavía afirmaban que «doctores tiene la Iglesia».

Por desgracia, de esto no tengo nada bueno que decir.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Aborto, esclavitud, emotivismo

Se me ha ocurrido poner un vídeo de abortos en otro foro y me han acusado de emotivismo; he puesto el cartel del lince y se ha considerado exagerado; he comparado el aborto con la esclavitud y no se entiende la comparación… No voy a reproducir aquí esos argumentos, pero sí mis respuestas:

Vamos a ver. Estar o no a favor de la vida no me parece "una simple cuestión", sino una cuestión decisiva e insoslayable; cualquier otra cuestión debe ceder su lugar ante ésta, que es previa. Se podrá plantear una ponderación de intereses cuando estén dos vidas en juego, caso raro por lo demás; no vienen a cuenta los casos de legítima defensa, salvo que ésta se plantee hacia el nasciturus, lo que me parece inaceptable (aunque puede que en la práctica sea esto lo que se esté dando). Y no estamos hablando de algo tan raro (y que tiene características muy distintas en cada caso) como ¡una separación de siameses! Estamos hablando de algo tan cotidiano como el aborto, es decir, una carnicería socialmente aceptada hasta el punto de no buscarse otras opciones que podrían ser viables con un poco de esfuerzo y de dinero... si se apreciase en algo la vida humana.

Esto se vincula con el asunto del cartel del lince. Se pone en él de manifiesto una realidad de nuestra sociedad: se organiza más escándalo (hace poco vimos desnudas y cubiertas de pintura a unas personas en la calle por un tema tan cercano como la matanza de focas) y hay más protección jurídica (un pastor fue condenado a prisión porque sus ovejas se comieron una especie protegida) cuando se trata de otros seres vivos que no son la persona humana. Es la pura verdad que se persiguen más los atentados contra una vida que contra la otra, independientemente de que se hayan puesto en el cartel criaturas nacidas y no en gestación. Yo hubiera preferido, para atenernos más a la realidad, que el cártel hubiera consistido en esto, por ejemplo, si es que queremos entrar de lleno en la verdad. Pero creo que no existe esa voluntad. (Por cierto: decir que las imágenes de abortos son un recurso emotivo que esquiva la racionalidad... me ofende, como me ofendería que alguien hubiese querido ocultar estas otras, con el argumento de que impiden razonar sobre el Holocausto).

En cuanto a la relación del aborto con la esclavitud, diré lo que pienso. Ambas son abominaciones contra la dignidad de la persona. La esclavitud estuvo socialmente aceptada durante siglos, con respaldo de las leyes y de las gentes; pero eso no la convirtió en algo bueno. Fue abolida con mucho sufrimiento, y no sólo había defensores irracionales de esta práctica, sino argumentos a su favor de tipo económico, social e incluso humanitario (muchos de los defensores de la esclavitud creían sinceramente que sus esclavos no podrían estar mejor en libertad que privados de ella y bajo el mandato de sus amos). Ahora tenemos una bestialidad de no menor envergadura, socialmente aceptada, con respaldo de las leyes; pero eso no la convierte en un bien. Espero, para rematar la comparación, que el aborto también acabe siendo abolido y cubierto de infamia, y que la vida sea defendida como un bien sagrado y no se escatimen esfuerzos para su salvaguarda. No me conformo con decir que yo me opongo al aborto y que no colaboraré con él, y mientras que los demás hagan lo que quieran; sería como decir "yo no mato, pero que los demás maten, si quieren".

Creo que no puedo hablar más claro.

martes, 17 de marzo de 2009

El Ala Oeste de la Casa Blanca


Hemos visto el último capítulo de la segunda temporada del Ala Oeste de la Casa Blanca. El final es espectacular: primero, tras un funeral en la catedral, el Presidente de los Estados Unidos se queda sólo en el templo e increpa a Dios por sus desdichas; después, tras una complicada entrevista televisiva, reflexiona a solas sobre un importante paso a dar, evoca su vida pasada y entra en conversación con los difuntos; por último, con la música del Brothers in arms, de Dire Straits, acompañando toda la escena, se pone en escena la declaración sorpresa, ante los ojos expectantes del mundo, y entonces todo cobra sentido y también las bruscas preguntas a Dios son respondidas.

Sobra decir que las comparaciones son odiosas y que ninguna serie española le llega a ésta –ni le llegará jamás– a la suela de los zapatos. Pero tampoco otras americanas de moda se le acercan, más preocupadas de exponer retorcidos líos de cama que de presentar vidas auténticas y entregadas a una causa elevada.

Sobre esto quería reflexionar. No me ha hecho pensar la fabulosa puesta en escena, el inteligente guión, la soberbia ambientación o los estupendos actores. Es el conjunto de una historia humana, de personas inteligentes esforzadas por lo que consideran una misión que merece el sacrificio de sus vidas. Con dudas, con errores, con tropiezos, pero siempre en un nivel muy lejano a lo vulgar, el de la excelencia consciente de sí misma, que permite tanto la gravedad como la sonrisa, cuando es auténtica. Esta serie merece todos mis parabienes porque consigue lo que yo más valoro en la ficción: que insufle el anhelo de vivir y ser mejor.

lunes, 16 de marzo de 2009

Tesoros vaticanos


Es conocido que la Iglesia católica custodia en el Vaticano un ingente patrimonio histórico y cultural, que provoca la afluencia a sus museos incluso de personas no creyentes. También se sabe de sobra que, desde hace años, hay voces que, con el motor de su ignorancia, reclaman que el Papa venda todo aquello para acabar con la pobreza del mundo. Ahora, un tipo ha puesto de moda esta reclamación a través de Facebook, y se ha generado un ficticio alboroto, azuzado por los medios que odian a la Iglesia.

No voy a andarme con rodeos. El Papa no vive como un millonario, sino que tiene un apartamento en los palacios vaticanos, apartado de lujos, y si tiene que rodearse de un cierto aparato especial –véase papamóvil–, lo hace por razones de seguridad nada exageradas. Para quien conozca un poco de su vida, no sorprenderá que lleve un vida frugal; ya era así cuando era uno de los cardenales de mayor responsabilidad en la Iglesia, y acudía diariamente a su trabajo andando y calado con una boina; tampoco a la hora de comer se alegra mucho: se nutre y ya está, lo justo para no estorbar su continua labor intelectual con el sueño que acompaña a las digestiones pesadas. Si se da algún capricho es el de tocar el piano, herencia alemana, pero también alimento del espíritu, el órgano que más le preocupa.

A aquellos que demandan que la Iglesia venda sus preciosos bienes y solucione el hambre del mundo les diré que esos bienes no son disponibles, porque su valor artístico o cultural los convierte en patrimonio del pueblo en el que se asientan, o incluso de la humanidad toda, que no consentiría que se fundiesen esculturas, o se vendiesen iglesias para hacer pubs, o se adjudicasen cuadros en pública subasta para que algún ricachón los almacenase en su caja fuerte. El valor de ese patrimonio no se mide sólo con dinero, que es lo único que se conseguiría a cambio de perderlo, cosa que, además, las autoridades civiles no iban a permitir, como ya se ha visto otras veces.

Hay que decir alto y claro que el hambre en el mundo es un problema de todos, no sólo del Vaticano, y que la responsabilidad no deja de salpicar a nadie. Cualquiera que tenga más de lo que necesita para vivir es responsable del hambre del mundo. Ni la Iglesia ni los gobiernos son los únicos competentes para afrontar esa injusticia: sólo acabará cuando cada uno de nosotros sea capaz de desprenderse, al menos, de lo que le sobra. Lo que ocurre con esta historia es que no queremos admitir que es de nuestra incumbencia, y que sólo un cambio de vida y mayor generosidad podrán remediarla.

viernes, 13 de marzo de 2009

El argumento de la bellota


Acabo de leer un artículo sobre la nueva regulación del aborto, escrito por el catedrático de Filosofía del Derecho, Manuel Atienza; y he sentido lástima de la universidad. Uno de los argumentos que emplea es el siguiente: «Decir que el concebido es un ser humano porque puede llegar a serlo es lo mismo (desde un punto de vista lógico) que afirmar que una bellota es una encina o que todos nosotros estamos ya muertos».

Este señor demuestra que, o bien es un filósofo sin idea de lógica, o bien es un ignorante de las cosas de la naturaleza. Porque, vamos a ver, una bellota no es comparable con un ser humano concebido, si acaso se la podría comparar con un espermatozoide o un óvulo. Una bellota en una mano no inaugura una nueva vida; pero si la enterramos y germina, esa bellota germinada sí que es comparable con un ser humano concebido, porque ambos han iniciado un proceso dentro del cual ya son una encina o una persona en desarrollo.

No digamos nada del ejemplo de los muertos. Decir que algo que es dejará de serlo, y por ello ya no es, y atribuir tal modo de pensar a los defensores de la vida, es insultante. El embrión es una nueva vida ya en marcha, dando sus primeros pasos, no una mera potencialidad de vida. Sí que encierra, en potencia, lo que una nueva persona será, incluyendo su naturaleza mortal. Pero para ello hay que dejarla nacer. Si se le permitiera, señor Atienza, vería que no se trataba de una simple bellota.

miércoles, 11 de marzo de 2009

La alegría de creer


Un estudio difundido en la prensa demuestra que los creyentes, las personas con fe religiosa, tienen más capacidad para enfrentarse a situaciones de angustia o depresión, y para superar estos trances. Se podría añadir que las personas con fe son más felices y llevan una vida más plena y estable, más rica; no lo dice el estudio, pero lo digo yo, por las personas que he conocido en mi vida.

Mi experiencia de católico es que la fe no soluciona los problemas, pero da fuerzas para afrontarlos, y esperanza en una solución. Otra cosa es que el creyente en cuestión sea incoherente y pecador, en mayor o menor medida; pero incluso en medio de la infidelidad, la fe es un plus que otros no tienen, y que abre el camino al perdón.

Personalmente dejo bastante que desear como cristiano, mis defectos e incongruencias son abrumadores, y me lamento por ello. Pero no pocas veces también pienso (con estremecimiento, o con alivio) que si no fuera por la fe de mis padres, que he hecho mía, mi vida podría ser un auténtico infierno, y yo un demonio. Evelyn Waugh, el autor de Retorno a Brideshead, y católico, dejó escrito lo siguiente: «Sé que soy horrible; pero cuánto más horrible sería si no tuviera fe». Pues eso, que gracias Dios mío por esa fe con la debería dar más fruto.

viernes, 6 de marzo de 2009

Aborto y disparate


La Ministra de Igualdad y un comité de expertos en el aborto –lo han ejercido o defendido en su vida profesional– han evacuado un informe que pretende cambiar la ley española, y que donde dice delito haya derecho, y donde se puede objetar por razones de conciencia haya que colaborar con el crimen.

Según la Ministra, una conocida iletrada, lo coherente es que si las niñas pueden tener relaciones sexuales con dieciséis años, puedan también abortar sin consentimiento paterno. Es la lógica del disparate, que lleva a otras conclusiones ya conocidas: si se puede matar al niño no nacido fruto de una violación, ¿por qué no matarlo sin motivo y porque a mí se me antoje? Yo propondría otra coherencia, que me parece más lógica y madura: si las niñas tienen relaciones sexuales, que ellas y sus compañeros de cama asuman sus responsabilidades. Está bien eso de vivir sin responsabilidad por los propios actos –hasta que no quede nadie a quien endilgarle las consecuencias–, pero luego que no hablen de la necesidad de educar a la ciudadanía.

La situación es espantosa y la afición a la muerte cunde como una plaga. He oído ya de varios casos en que un médico ha aconsejado actuar drásticamente en cuanto ha detectado una supuesta anomalía en fetos, anomalía que luego resultaba ser un diagnóstico precoz y erróneo. Algunas madres, ante los negros augurios se han descompuesto pero han asumido lo que viniera, con feliz resultado. Pero a saber cuántas otras habrán seguido las indicaciones del matasanos. Aborto no, y mucho menos más aborto.

miércoles, 4 de marzo de 2009

El señor Skeffington


Una de las películas que vimos el pasado fin de semana fue El señor Skeffington (Vincent Sherman, 1944), con Bette Davis y Claude Rains en los papeles principales. Se trata de un dramón de los que protagonizaba la Davis (al estilo de La loba, La carta o La solterona), con unas interpretaciones estupendas (los protagonistas estuvieron nominados al óscar), y una cierta moraleja final, que, sin desvelar nada, también puede interpretarse de otra forma.

Cuenta la historia de una mujer –aunque sea un hombre el que figura en el título–, la más deseada en el Nueva York de principios del XX, rodeada siempre de admiradores y galanes, coqueta hasta la náusea y pendiente sólo de su propio aspecto. Por circunstancias, se acaba casando con el menos atractivo de sus pretendientes, aunque el más rico, que la ama ardientemente. El resto de la historia es la lucha de una mujer bella contra los estragos del tiempo, con algunas reminiscencias de El retrato de Dorian Gray.

Me ha llamado la atención en esta película la excelente caracterización de la protagonista. Bette Davis consigue aparecer incluso hermosa al principio (tampoco es que fuese fea, sobre todo de más joven, aunque nos hemos quedado un poco con la imagen de Qué fue de Baby Jane) y posteriormente hay un excelente trabajo de maquillaje que, con la ayuda de su talento interpretativo, le arroja décadas encima. Tiene mérito, porque por aquella época los envejecimientos no estaban tan logrados como en los días de Benjamin Button, y se reducían la mayor parte de las veces a un chocante blanqueamiento de los cabellos y unas gafas (véase como muestra al juvenil Gregory Peck en Las llaves del reino, del mismo año).

domingo, 1 de marzo de 2009

Redenciones


En una entrada anterior, Eligelavida comentaba algo sobre la redención, y prometí escribir sobre ese tema. La razón es que me resulta muy querido y cercano a mi experiencia vital. Lógicamente, como católico, entiendo de redención, porque Jesucristo me ha redimido no sé cuántas veces de mi condición de pecador imperdonable (sólo Dios es capaz de perdonar). Es triste que muchos críticos de la fe católica y de la Iglesia no sepan ni lo que critican, porque nos acusan de recrearnos en la culpa, cuando ésta no es más que la antesala del perdón. «Feliz culpa que mereció tal redentor» (cito de memoria).

Pero hay más. La idea de redención lo empapa todo, me imagino que es lo que ocurre cuando has nacido en un humus cristiano. Me resulta una idea seductora hasta el punto de haber imaginado una novela con ese título; no sería ni la primera ni la última que aborda ese tema, ya se ha citado aquí Crimen y castigo, de Dostoievski.

También en el cine se ha hablado de redención (hoy menos, como ocurre con casi todo lo bueno, que ha ido desapareciendo del cine). La redención en el cine –supongo que igual que en la literatura–, eleva a un personaje a condición de héroe, o al menos lo convierte de villano en buena persona. Lo mejor de todo, y es lo que siempre me ha fascinado y ha alimentado mi esperanza en el perdón, es que eso puede ocurrir siempre, incluso en el último momento, si hay arrepentimiento o conversión sincera. Una vida no está desperdiciada hasta después del último suspiro, porque mientras hay vida hay esperanza, hay posibilidad de redimirse. En El general Della Rovere (Roberto Rossellini, 1959), un sinvergüenza profesional tiene la oportunidad de sacrificarse por la patria haciéndose pasar por otro, momento en que su vida recobra sentido.

Generalmente, el amor es el mejor redentor, lo único que puede transformar en el fondo a una persona y devolverle su dignidad. En Almas desnudas (Max Ophuls, 1949), un chantajista redime sus pecados por el amor a una mujer y lleva su sacrificio hasta el final, en el que su pérdida es ganancia. Hay miles de ejemplos, pero esto, y muchas cosas más, se encuentran antes en los Evangelios.

Otro día reflexionaremos sobre el perdón y la libertad.

lunes, 23 de febrero de 2009

Benjamin Button


En plena resaca de los óscares, comentaré algo de la última peli que hemos visto, “El curioso caso de Benjamin Button”. Como ya casi todo el mundo sabe, se trata de ir viendo a lo largo de tres horas, cómo un viejo enano y decrépito se va transformando primero en Brad Pitt, y luego en uno de los hijos de la Infanta Cristina. La cosa primero es rara, luego graciosa (a la par que envidiable), y finalmente triste (y no lo digo por la familia real). Está bien contada, pese a la dificultad del tema, y excelentemente ambientada. Estaba nominada para trece óscares, y se ha tenido que conformar con los que premian los decorados, el maquillaje y los efectos especiales, que indiscutiblemente se merecía. A mí particularmente me ha parecido una mezcla de “Forrest Gump” con las películas de Jeunet (“Amelie”, “Largo domingo de noviazgo”).

Más en el fondo, quisiera centrarme en la trama romántica, de la que saco algunas conclusiones. Es la enésima película moderna en la que se expone la idea de que amor y matrimonio no van unidos. Las parejas que se quieren no se casan, y el único matrimonio que aparece es de conveniencia. Es lamentable esta educación sentimental –en la que el cine sigue siendo un instrumento formidable, aunque pierde fuerza frente a la televisión– que no cree que los lazos de amor en una pareja puedan convertirse en vínculos duraderos, y considere que su materia es la frágil mezcla de deseos, añoranzas e instintos. Solo estos cuentan a la hora de la ruptura e incluso en el abandono de la familia, por lo que no debe sorprender el panorama de crisis familiar al que asistimos. No habremos tocado fondo cuando se insiste con firme ligereza en los mismos planteamientos.

sábado, 21 de febrero de 2009

Refugios


A veces uno, viendo la tele, no sabe en qué país o mundo vive (o no quiere saberlo). Se siente viejo de indignación, de aburrimiento y de incomprensión, y la sensación de estar al margen (o de querer estarlo) se afila. Si no existieran refugios para estos casos, acabaría por pensar que le ha llegado la hora.

Hablo de refugios no para evadirse, para huir de lo que no nos gusta, sino para recuperar el sentido, para reencontrarse con la bondad y la belleza, para dejar de tropezarse con la nada y el vacío, tan huecos. Anoche estuvimos en uno de esos refugios, en este caso la película de Carol Reed «El tormento y el éxtasis», donde Charlton Heston y Rex Harrison interpretan la relación que mantuvieron –más o menos– Miguel Ángel Buonarroti y el Papa Julio II con motivo de la creación de los frescos de la Capilla Sixtina. La película tiene una larga introducción, puramente documental, que es ya un regodeo en la belleza. Luego vendrá arte sobre arte, con el trabajo de dos monstruos del cine que encarnan a esos otros genios de otra época. Todo merece la pena: la recreación de un mundo donde la vulgaridad avergonzaba y en el que la excelencia era el mínimo esperado; la presentación del esfuerzo por mejorar, del sacrificio por mantener los principios, de la fe en Dios-Amor; y la vivencia de un amor que no es ganancia inmediata –como hoy se busca– sino renuncia que llena.

Hay otros muchos refugios en el cine, o en la literatura, y espero ir hablando de ellos. No están muy lejos y permiten respirar, sentir y pensar de verdad, al tiempo que creer que no está todo perdido. Aunque la basura circundante, con su hedor insoportable, a veces nos desaliente.

lunes, 16 de febrero de 2009

Compasión que mata


La muerte de Eluana Englaro ha vuelto a plantear una cuestión que no debería dejar indiferente a nadie: la de la eutanasia. Porque eutanasia ha sido, de la que se llama pasiva, que no consiste en administrar un veneno o un tiro de gracia, sino en algo tan humanitario como dejar morir de hambre y sed.

Matar a alguien por supuesta compasión puede considerarse un crimen, un homicidio con ramalazos de asesinato. Si no se habla así de claro, se justificará esta muerte y otras muchas que vengan después. Habría que aclarar también que la idea de compasión que se utiliza como coartada para estos crímenes no tiene mucho que ver con el significado propio de este concepto, “padecer con alguien”, acompañar a alguien en su padecimiento, solidarizarse con él y compartirlo, repartir en cierta forma el dolor o ayudarle a llevar la cruz que arrastra.

Sin embargo, esta compasión eutanásica es la de quien se ha cansado de padecer con quien sufre, que ha dejado de sentirlo como un alguien y sólo se ve a sí mismo como ser doliente. Es compasión de uno mismo que se ve posible cortar por la vía de eliminar la razón del sufrimiento, que no es la enfermedad sino la persona a la que acompañábamos. Como si el cirineo, harto del peso de la cruz, decidiera anticipar la muerte del condenado y así tener una razón para abandonar su carga. Lo más triste es que el prójimo, aquel de quien se podría esperar el sacrificio, se convierte inesperadamente en el verdugo con abuso de confianza.

Sé que soy crudo, pero ante la proliferación de compasiones homicidas que se avecina con la aceptación sentimental de estos casos, prefiero cubrirme las espaldas y gritar fuerte que nos matan, antes de que mis mejores amigos tengan siquiera la idea de liquidarme.

viernes, 13 de febrero de 2009

Renacer


He vuelto!
Un error atribuible a mi sola culpa ha mantenido mi blog fuera de este mundo por un tiempo. Pero cuando menos lo esperaba, ha vuelto, y lo llamaremos "renacer".
En el interludio he acometido otras aventuras blogueras. Pero Tiritando ha regresado y lo celebro cambiando mi foto. Ahora soy yo de verdad.
Gracias, Angel, por haberme ayudado en el peor trance que ha conocido este blog (y perdona, mi teclado se ha peleado con las tildes).

sábado, 31 de enero de 2009

Vicky Cristina Barcelona


La última película de Woody Allen –que yo conozca– ha ganado el Globo de Oro a la mejor comedia del año. Sin embargo, no tiene gracia. No hay gags, pero tampoco una situación divertida, un enredo que estimule la sonrisa, ni siquiera un desarrollo que culmine en un final desopilante. Es una historia de líos sexuales en Barcelona de dos turistas americanas con un pintor y la ex-mujer de este.

Se da una apariencia de libertad “amorosa” conforme se va rizando el rizo, y el único personaje con cordura, el prometido y luego marido de Vicky, parece un tontaina con sus prejuicios respecto de los dúos y tríos que se monta Cristina, no tiene palabras para defender el verdadero amor y el matrimonio, y parece que haya que interpretar que estas posiciones tradicionales deben rendirse ante el “todo vale”.

La película me ha parecido una porquería, en el fondo y en la forma. La voz en off, suavona y persistente, es impropia de un gran cineasta, y no consigue el efecto deseado, salvo que fuera la náusea. En bastantes tramos, la película es un reportaje con fines turísticos de la Ciudad Condal y de Oviedo, pero también del tópico español, con la guitarra española apareciendo de forma reiterada para repetir los mismos y archisabidos sones.

El reparto está bien, sobre todo Rebecca Hall y Penélope Cruz, nominada por hacer de española desquiciada y lenguaraz (antes lo estuvo por hacer de española al borde de un ataque de nervios), aunque tampoco me parece una interpretación sublime. Inane me parece Bardem, aunque no desentona, y Scarlett hace el mismo papel de siempre, el de rubia exuberante sujeta al vaivén de los acontecimientos, con escasísima personalidad.

En fin, nada recomendable bodrio, salvo para fanáticos de Woody Allen o fanáticos de Cataluña, que tampoco sé si van a quedar satisfechos, aunque puede que guste a extranjeros enamorados del typical spanish.

miércoles, 21 de enero de 2009

O-ba-ma


Así se repite, como un mantra, el nombre del nuevo presidente de los USA. Es negro, y eso es histórico. Tiene un magnetismo y atractivo que sólo se recordaban en JFK. Viene a sustituir al vilipendiado George W. Bush. Pero todo eso no basta para pensar que ha llegado el mesías, el salvador.

No sé si es lo que piensan en su país –no son tan estúpidos como solemos creer–, pero sí que es la buena nueva que difunden la mayoría de los medios de comunicación españoles. Cobertura inusitada, minuto a minuto, gesto a gesto, palabra a palabra. Alabanzas sin cuento. Esperanzas chorreantes. Ni un solo nubarrón, ni un atisbo de duda. Obama reinventará la historia. Eso dicen nuestros medios.

¿Y qué es lo que de verdad sabemos de Obama? Pues no mucho, dado que carece casi por completo de experiencia política en cargos de responsabilidad. De modo que es difícil prever su rumbo, porque ya se sabe que una cosa son las promesas electorales, y otra lo que las circunstancias –o las verdaderas intenciones– llevan a realizar. No obstante, aquí Zapatero se cree que Obama es el Zp negro, o que él mismo es el Obama europeo. Y dice que es socialdemócrata puro un tipo que ha jurado su cargo sobre una Biblia y ha citado las Escrituras en su discurso, aparte de nombrar a Dios unas pocas veces ante varios pastores eclesiásticos invitados. Sin contar con que ahora asiste a un oficio religioso para inaugurar su mandato. Lo mismito que Zp.

No nos engañemos. Obama es un hombre ilusionado e ilusionante, sin duda capaz y con carisma, que tiene la oportunidad de unificar voluntades –están dispuestas a ello– para plantar cara a los graves problemas que tiene su país y el mundo. Pero hay que contar también con que es humano, sí, y además el camino que se dispone a iniciar está sembrado de enormes dificultades: crisis económica, terrorismo, decadencia europea, por citar las más evidentes.

En fin, mucha suerte para Obama, rezaremos por él. Y que los demás se caigan del guindo cuanto antes y se pongan manos a la obra, que esto no se va a arreglar solo.

martes, 20 de enero de 2009

Las películas de 2008


Más vale tarde que más tarde. Así que traigo hoy a colación el tema prometido hace tiempo, la lista de pelis mejores o preferidas de cada cual, de las que pudimos ver en el cine en 2008. Mi lista es clara, teniendo en cuenta que esto es un blog de aficionados y que no pude verlo todo. Ahí va:

1- El caballero oscuro
2- Wall-E
3- No es país para viejos
4- El tren de las 3.10
5- Iron-Man

No está Appaloosa, pese a sus buenas críticas, y tampoco Australia, pese a que les encantara a mis hermanas. Es cierto que no he visto El intercambio, tan alabada. Y tampoco Vicky Cristina Barcelona, aunque estoy seguro de que jamás entraría en mi lista.

Ahora os toca a vosotros dar vuestras listas. También se admiten tontas.

viernes, 9 de enero de 2009

Feliz año 2009, con retraso







Pasaron los atracones de mantecados y turrones –aunque algunos tenemos la despensa llena–, pasaron las uvas, pasó la lotería y su felicidad de espejismos, pasaron los juguetes, pasaron las felicitaciones vacuas y las verdaderas. No pasó el amor, porque no pasa nunca, vino para quedarse.

Este año no hay buenos propósitos, hay más incertidumbre que otros, más frío, más conciencia de nuestros límites humanos, más desconcierto generalizado, porque el hombre comienza a perder su fe
ciega en la ciencia, la tecnología y el bienestar eternos, sin haber recuperado todavía la fe en lo que permanece. Crisis se llama a esto. Todavía sobrevuelan las supersticiones, las creencias inmanentes y absurdas, u oníricas y no menos absurdas, en el dinero, la fortuna y el destino. Creo que lo mejor es recordar lo que ha dicho Benedicto XVI de cara al nuevo año: “No se trata, de hecho, de confiar en una suerte más favorable, o en los modernos entresijos del mercado y de las finanzas, sino de esforzarse en ser nosotros mismos un poco más buenos y responsables, para poder contar con la benevolencia del Señor”. Y añade: “Esto siempre es posible”. Con la ayuda de Dios, claro.

Así que, para el 2009 que recorremos, intentemos ser mejores, volver los ojos –y después la vida–, a lo esencial, a lo único que puede ser cimiento sólido para la felicidad: la confianza en Dios, en su amor y en su misericordia, con inocencia e ignorancia de niños respecto de un Padre bueno, niños que no saben cómo, pero saben que sí.