viernes, 27 de junio de 2008

La Historia


Vivimos un momento histórico, nos dicen. ¿Y cuál no lo es? Porque la selección española ha pasado de cuartos, y ahora encima va a jugar la final. Si gana, me imagino que acaecerá el fin del mundo, el Apocalipsis, el final de la Historia, que decía Fukuyama.

No pretende reírme del éxito de la selección. Me alegro como cualquiera. Tampoco de los zangolotinos comentarios de los periodistas (los tengo atravesados, salvo alguna honorable excepción). En realidad, me iba a tomar en serio todo esto y a preguntarme: si esto es un momento histórico, ¿cómo lo recordaré el día de mañana, cuando sea (más) mayor?

Pues recordaré quizá que la victoria de la selección fue un respiro bajo el gobierno de Zapatero (quizá también para el gobierno de Zapatero); que cundió la exultación, y eso que estábamos en alerta naranja por el calor; que algunas canciones pusieron su banda sonora (espero no acordarme de Chiquilicuatre) a los acontecimientos; que la ilusión hizo brillar de nuevo los ojos de los deprimidos por la crisis (desaceleración acelerada, cambio brusco…) económica; que España entera se movilizó para que Virginia ganara OT por encima de los demás impostores no mucho mejores que ella; que fue un verano mágico y soñamos con futuros triunfos…

Todo esto parece el cuento de la lechera o una película americana. Pero habrá gente, tal vez mucha, que sienta todo esto y conserve una semejante memoria histórica. Y yo puedo imaginarlo en un ejercicio de empatía. Pero no sentirlo, me temo que no soy tan normal como el resto. O a lo mejor sí, a fin de cuentas me encantan las películas americanas…

martes, 24 de junio de 2008

Divagaciones en torno al tiempo y las tareas


«No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy», se ha dicho siempre. Aunque no sé quién lo dijo. Motivación, cuando se lo dice uno a sí mismo, a solas y con convencimiento. Reproche, cuando te lo dice otra persona, por muy querida que sea y por mucho que te esté queriendo al decirlo. Trampa, si haces como Felipe, el amigo de Mafalda, que después de colgar este lema en la pared, proclama con personalidad: «¡Mañana mismo empiezo!». En fin, todo esto a cuento del abandono de mi blog, que me exige estos y otros recordatorios.

Pero la frase puede hacerse más opresiva o candente si se nos recuerda: «No dejes para mañana lo que debes hacer hoy». Y es peor cuando ese hoy lo cambias por un ayer. Ay, cuando la perentoriedad se refiere a algo que ha ido quedando atrás, la obligación nos cuelga del cuello como una cuerda de cuyo extremo lejano pende una piedra, que conforme se hace más pequeña aumenta el riesgo de quebrarnos el pescuezo.

Ítem más: respecto de mis frustrantes intentos de régimen, una torva vocecilla susurra en mi interior cuando paso cerca de la despensa: «No dejes para mañana lo que te puedas comer hoy».

Soy un hombre de profundas (y gordas) contradicciones.

martes, 17 de junio de 2008

Indiana Jones etcétera


Por fin llegó el día en el que escribir sobre Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal (que sólo con el título ya llena mi entrada). Lo hago cuando he podido verla en un cine con espacio para tanta aventura.

Mi valoración es buena. La película entretiene, tanto en cuanto a diversión como en lo que se refiere a tensión. La gracia y el peligro están bien dosificados, y generalmente bien ensamblados. La trama es rocambolesca, en algunos momentos absurda, e incluso paródica. Hay homenajes a otras historias, aunque a veces parecen de cachondeo –como el de Tarzán-, y otras son geniales, como la de Salvaje. Hay autocitas, como a la primera película de la saga, o a Encuentros en la tercera fase. Pero me ha llamado sobre todo la atención que un genio del cine haga imitaciones tan descaradas de títulos recientes: Van Helsing en la persecución por el borde del acantilado, La momia en el ataque de las hormigas, o Expediente X en el final. Precisamente en estas escenas está más presente el ordenador que en el resto de la película, donde se mantiene el estilo clásico de decorados y efectos especiales de las anteriores películas.

Los actores están bien, pero desaprovechados. El oscarizado Jim Broadbent tiene un papel despreciable –en cuanto a peso– como decano; los dos veces nominados John Hurt y Cate Blanchett cumplen en unos roles que les dejan poco margen de maniobra; y el veterano Harrison Ford recibe más golpes que en todas las demás películas juntas, lo cual es pasarse. No me ha gustado nada, y lo siento, Karen Allen, que en la primera película era mucho más humana y real que en ésta, absolutamente inverosímil.

Ya lo han dicho otros, y estoy de acuerdo; esta entrega está al nivel de la segunda, pero no de las otras dos. No es una película que deje huella, pero sí una agradable sensación de cine palomitero. Ni siquiera aturde pensar en una continuación, que se insinúa protagonizada por el joven Shia LaBeouf. No sé si será así, ni me importa: ya estoy pensando en Night Shyamalan.

lunes, 9 de junio de 2008

Las aventuras amorosas del joven Molière


No he leído a día de hoy nada de Molière, ni he visto representada ninguna de sus obras. Después de esta confesión de ignorancia, contaré lo que sé de él, aunque no sea cierto. En Las aventuras amorosas del joven Molière, como el propio título indica, este clásico dramaturgo aparece como protagonista de unas apócrifas peripecias de juventud, que, como ocurre otras veces, la película vincula con la realización de las obras de su posterior etapa triunfal.

Los elementos en común con la popular Shakespeare in love son más que evidentes. Sin embargo, creo que a mí esta me ha gustado más. Y eso a pesar de que es francesa, que el feo actor principal parece el heredero al trono austriaco –de la época-, y que el resto del reparto no me resulta muy familiar. Esta película tiene una ambientación exquisita, un guión de gracia finísima e inteligente (creo que en parte basado en la propia obra molieresca), una naturalidad cautivadora, incluso en medio de las afectadas actitudes del siglo XVII que recrea, y un elenco de intérpretes que, aunque chocante, resulta perfecto en sus papeles. Pero, además, tiene un fondo serio, que habla del arte, del amor y del sacrificio. Y esto no lo recuerdo en la de Shakespeare, que dentro de sus méritos me pareció más superficial, y quizá también más pretenciosa.

Película absolutamente recomendable, que me anima a leer alguna de las comedias de este autor que tengo aparcadas en la estantería. Ya me contaréis luego.

lunes, 2 de junio de 2008

Dogmas socialistas

Acabo de leer unas declaraciones de la Vicepresidenta del Gobierno (ya la conocéis, no me pidáis foto), en las que se refiere al fracaso de las medidas para paliar la violencia de doméstica (que ellos prefirieron llamar «de género» y ahora denominan «machista»). Según esta señora, para conseguir que la ley funcione hay que convertirla en dogma. Toma ya. Parece que el no creer ciegamente en las virtudes de la norma constituye la causa de su inanidad.

No es el único caso. Ya había oído a algunos pedagogos progres (otra de las grandes lacras de nuestro tiempo) responder a las críticas a la Logse (reconvertida en Loe) con el argumento de que es preciso que sus disposiciones tengan la intangibilidad de un dogma para que sus objetivos alcancen buen puerto. Mientras haya mentes cerradas que no admiten sus postulados, dicen, no habrá forma de comprobar la fuerza sanadora de sus virtudes para nuestros escolares.

La misma actitud podemos comprobar cuando nos adentramos en el terreno de la ideología de género, de tanto peso en la asignatura de Educación para la Ciudadanía, y presente ya hoy por todas partes en nuestro ordenamiento jurídico. Es una de las claves de lo políticamente correcto, y aquí no se trata de que debas creerte sus ideas para que surta efecto; es que su consideración de dogma ha llegado a tal extremo que, si eres disidente, te quemarán en una hoguera inquisitorial laicista.

En el fondo, la idea del dogma lo que persigue no es el éxito de estas iniciativas tan discutibles, sino sencillamente anular las críticas. Si las leyes socialistas son dogmas de fe, a otra cosa mariposa, hablaremos del tiempo. Y de la tiempa.