lunes, 10 de agosto de 2009

Up


Desde que vi la última película de Pixar, el día de su estreno, no he tenido mucho tiempo para pensar en ella (este verano toca trabajar), pero sus escenas relampaguean de vez en cuando en mi mente, y me voy dando cuenta de que tiene, por decirlo coloquialmente, mucha miga.

La historia de un abuelo, de un niño, de animales, de un viaje extraordinario… da para mucho si se le echa imaginación y humanidad. Pero me quiero quedar con la primera parte de la película, unos pocos minutos no habrán dejado de emocionar a nadie que los haya visto. Es la vida de un matrimonio, contada, tras apenas unas palabras iniciales, en secuencias que tienen un acompañamiento musical muy significativo, y que resumen brevemente el amor, la esperanza, la superación de los problemas, los proyectos realizados y los truncados, la supervivencia y el sentimiento de culpa, los recuerdos… y podría seguir.

Emociona esa parte (no quiero contar nada, aunque es fácil de intuir, y sólo es la premisa del resto de la historia –¿sólo?–) porque cualquiera se puede identificar con ella, porque es una historia humana, biografía a grandes pero elocuentes trazos, que resume (no reduce) lo que es la vida personal, pero al mismo tiempo insinúa sus múltiples proyecciones, lo que creo que Julián Marías llamaba «las trayectorias». Cuando la lágrima se anuncia temblorosa al final de este breve relato introductorio, lo que ocurre es que los creadores de esta obra maestra han sabido retratar con mano maestra el momento de lo que llamaré «la pérdida» que, en la dimensión personal, incluye mil cosas: no sólo el cuerpo material, el alma y la esfera emotiva, sino también los proyectos, las ilusiones, las «inversiones» aparentemente no recuperadas, los arrepentimientos que no vendrán seguidos de enmienda «porque ya no se puede», las oportunidades perdidas, la memoria del amor, que también es la propia vida del corazón que aún late…

Luego viene lo demás, que también es muy bueno y lleno de cosas profundas (cuando tenga tiempo de pensar en ellas). Pero me quedo con ese principio acompañado de un piano, creo, que va flaqueando sus notas, pero que sigue, porque mientras haya vida… hay vida.