miércoles, 22 de noviembre de 2006

Atisbos de amor


Veo que hablar de amor desconcierta, que a pesar de lo sobado de la palabra, sólo se conoce su superficie. Sí, todo el mundo tiene experiencia de amor, mayor o menor; pero a menudo ni sabe lo que se trae entre manos. Todo se vive demasiado en el nivel sensible y menos en el proyectivo y futurizo, como diría Julián Marías. Compromiso es una palabra que para muchos recuerda la figura de un ancla o un lastre; prefieren el vuelo de las aves, aunque estas carezcan de libertad.
¿Y qué se yo de amor? Pues en "El apartamento", de Billy Wilder, al final, el pobre Jack Lemmon, después de todo un calvario, se deja pegar por la chica que ama. No hace daño a nadie, no arrasa una ciudad ni da grandes voces. Sólo pone la mejilla para recibir un golpe que no le correspondía, y deja con su gesto una de las escenas más hermosas y sencillas de la historia del cine. Así es el amor verdadero: modesto, cotidiano, dispuesto a todo sin alharacas. Con un poco de atención, podemos atisbarlo en pequeños detalles; merece la pena buscarlos y cultivarlos como lo más valioso que el hombre puede sacar de sí mismo.

4 comentarios:

Ángel dijo...

Se ofrece mejilla derecha. Izquierda negociable. Interesadas visitar mi blog. Interesados abstenerse.

laura dijo...

Después de soportar todo tipo de comentarios irrisorios con respecto a mi participación en este blog, ha llegado la hora de dejar constancia de mi existencia por escrito. Supongo que éste es el lugar más adecuado, pues los que cada día ponemos la otra mejilla en el amor comprobamos que merece la pena, que el esfuerzo y la dedicación encuentran su recompensa en las pequeñas cosas, aunque en mi caso no es mérito mío, sino de quien tengo enfrente, que por ahora ha decidido no abofetearme. A los que no hayáis encontrado a nadie que se preste, no bajéis la guardia, nunca se sabe por dónde puede llegarte el primer golpe.

Stepario dijo...

Antes de abofetearte a ti, tendría que abofetearse a sí mismo, eso es lo justo.

Ángel dijo...

Siempre me consuelo cuando constato que mi vida no es sino la de mi tocayo jienense en formato de canon, salvo por la incipiente calvicie.

No perdemos la esperanza, Laura.