martes, 15 de junio de 2010

Algunas reflexiones desde el desconcierto


Hoy se ha difundido como noticia la denuncia contra una clínica que realiza terapias de reversión de la orientación sexual, dirigidas a personas que han decidido combatir su tendencia homosexual. Enseguida se ha entrevistado a alguien que padeció tales terapias sin éxito, a médicos que critican que se siga contemplando la homosexualidad como enfermedad, y se han relacionado estas prácticas con creencias cristianas y curas de por medio.

No voy a entrar en el debate de lo que es enfermedad o no, a fin de cuentas se trata de algo convencional. Pero sí que hay muchas cosas que no entiendo, y paso a enumerarlas:

No entiendo que se critique un tratamiento que eligen personas voluntariamente porque no se encuentran bien con su situación actual. Y no lo entiendo porque esta sociedad no cesa de animar a todo tipo de tratamientos dirigidos precisamente a generar satisfacción en quien no la tiene.

No entiende que se critique una terapia sexual cuando incluso se quiere pagar con fondos públicos la cirugía de personas que dicen sentirse prisioneras en un cuerpo “que no es el suyo”, y para ello se les amputan o fabrican genitales sin el menor miramiento. No digamos ya si pensamos en la extendidísima costumbre de la cirugía plástica, para cuestiones tan banales como insuflar silicona en pechos, cara o posaderas. Para eso no hay objeciones, aunque a veces muera gente en el trance, o el proceso resulte dañino.

No entiendo que cualquiera pueda pretender vivir conforme a sus apetencias y conseguir lo que le place con el aplauso público, y se haga buena propaganda de parejas gays, madres sexagenarias o relaciones sexuales para adolescentes. Sin embargo, si alguien pretende sobreponerse a un impulso sexual que le desagrada, y quiere refrenarlo, sobre todo si se apoya en creencias cristianas, no queda más remedio que hacerle desistir, y prohibir la existencia de los medios que hagan posible su anhelo.

Algunos dirán que la Iglesia somete a sus fieles a una tiranía de creencias que no las deja desarrollarse como lo que son. Pero, ¿por qué una persona es antes lo que su entrepierna le pide que lo que su naturaleza indica? No entiendo que alguien deba identificarse como homosexual antes que como hombre o mujer; más bien, esto último no importa en absoluto, porque al parecer somos lo que sentimos, y lo demás es relativo. O, mejor dicho, desde esta perspectiva, todo es relativo.

Al menos aparentemente, porque cuando alguien se sale de las supuestamente mayoritarias tendencias sociales, enseguida cae sobre él todo el peso del dogma relativista, de lo políticamente correcto, de la ideología falsamente tolerante. Se puede ser cualquier cosa… salvo cristiano o creyente. No hay libertad, y si alguien se engaña pensando otra cosa, que advierta cómo la propaganda oficial bombardea a todas horas a través de sus medios diciéndonos lo que debemos sentir, lo que no debemos aceptar, y lo que debemos considerar ridículo. Esta sociedad querrá deshacerse de Dios, pero en su lugar nos quiere endosar por la fuerza una batería de ídolos de barro para que les rindamos culto y, si es preciso, matemos por ellos.

3 comentarios:

Sinretorno dijo...

Que gracia me ha hecho lo ni del opus, jaja, lo siento.

Ángel dijo...

Un día voy a reunir todos tus posts con la etiqueta "La sociedad sentimental" y los publicaré de estrangis y con mi propio nombre. Yo también vi ayer el telediario de Antena 3, y el testimonio de nuestro homohomónimo. Qué vergüenza, qué victimismo y qué irresponsabilidad.

Marta dijo...

Me alegra ver que las cosas pasan definitivamente y el hielecillo ha dado paso a un nuevo regalito