martes, 7 de abril de 2009

Amor, libertad, dolor


Julián Marías afirmaba que sin libertad no hay religión. No sólo eso, sino que sin libertad no se entiende al ser humano, ni su capacidad de amar. Sin libertad, el hombre podría ser objeto del amor, pero no sería imagen divina, sino como un pájaro o un árbol, un ser incapaz de entregarse, de ser sujeto del amor. Sin libertad, el hombre no podría salir de sí mismo y donarse al otro, y a Dios, por medio del amor. No podría amar. Y para que el hombre fuera partícipe de una capacidad tan preciosa, divina, como la de amar, fue creado libre por amor.

La libertad es el instrumento que Dios ha entregado a un ser finito para que intente ser como Él, para que aprenda a amar. Es un instrumento formidable al que Dios no ha querido poner límites, aunque sólo se ejercite en su sentido propio amando y buscando la verdad. Pero todos sabemos que la libertad se emplea también para el mal, genera dolor y puede llevar al hombre al abismo. George Weigel afirma: «Dios creó un mundo de libertad porque, entre otras cosas, Dios desea el amor de hombres y mujeres que eligen libremente amarlo, igual que eligen libremente amarse unos a otros. Y un mundo de libertad es un mundo en el que muchas veces las cosas salen mal; y de ahí, precisamente, es de donde deriva el sufrimiento».

Dios ha creado al hombre libre con todas las consecuencias, aunque su deseo respecto de esa libertad sea muy concreto. Porque, como explica Scott Hahn, «si no tuviéramos libertad para decir no a Dios, no podríamos amarle verdaderamente. En consecuencia, Dios no podía crear seres libres sin permitir simultáneamente la posibilidad del mal».

La libertad humana, otorgada por Dios para que el hombre vuelva a Él por medio del amor, tiene la posibilidad de ser usada en sentido contrario, para renegar del mismo Dios que la ha concedido. No podía ser de otra forma, si tenía que ser libertad auténtica. Aunque el hombre se pierda con su mal uso, Dios no lo impedirá. Ahora no recuerdo quien lo dijo, pero el mismo infierno es la prueba del amor de Dios, que no nos arrebata la libertad que nos hace hombres ni siquiera para evitar la definitiva caída; lo que hace es permanecer hasta el final con los brazos abiertos en actitud de perdón.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

yo lo veo de otro modo, no somos libres como individuos, es más, no somos individuos, somos libres porque somos dios, y no somos otra cosa que dios mismo, nada más

Stepario dijo...

Creo que el papel de Dios me queda grande; si me pusiera a ello me saldría un dios muy pequeño (con minúscula) que no sería Dios, claro...

Sinceramente, nunca me he sentido más esclavo que cuando me convierto en el ombligo de mi mundo. La libertad que Dios me ha dado la he perdido mil veces de mi propia mano; y otras tantas ha sido Él quien me la ha devuelto.

Fran dijo...

Realmente somos privilegiados por existir libres aunque algunas veces nos lamentamos de la maldad de que es capaz la humanidad.
Dios está muy cerca, le descubrimos en nuestra raíz más profunda.
Pero no somos nosotros mismos (yo desde luego no consigo ni ser lo mejor de mi misma, diría que me encuentro más cerca de la nada)
Y cuando nos da respuestas o sale al encuentro no hay duda. Como en el caso de lo que le ocurrió a María Vallejo Nájera por ejemplo http://www.reinadelcielo.org/estructura.asp?intSec=3&intId=124