Hoy me tengo que poner serio, o más bien parecerlo, porque no me tomo a broma casi ninguno de los temas que trato. Pero hay cosas más importantes por el mundo, y lo responsable es referirse a ellas. Lo haré procurando no alzar mucho la voz.
Estos días se habla en la prensa de la conversión al catolicismo de un periodista musulmán, Magdi Allam, que fue bautizado por el Papa Benedicto XVI el día de Pascua. El nuevo converso, de nombre de pila Cristiano, ha confesado abiertamente que desde hacía años estaba amenazado por denunciar el radicalismo y falta de libertad del Islam, y reconoce ser consciente de que su apostasía le adjudica una condena a muerte. Este caso pone sobre la mesa la falta de libertades que todavía hoy nuestra democracia oculta bajo su nombre destellante. Falta de libertades porque no se pueden ejercitar, porque hay miedo a hacerlo, y porque la sociedad se vuelve de espaldas ante este problema. Un problema que además crece en la misma medida que lo hace el Islam entre nosotros, sin que con esto quiera decir que el Islam sea el problema. Lo es nuestra cobardía y pérdida de principios.
La otra cara indecorosa del asunto es cómo desde medios progres se han deslizado veladas críticas al bautismo de Allam por el Papa. Estos progres se empeñan en convencerme, a pesar de mis denodados esfuerzos por ser imparcial, de que odian a la Iglesia por encima de todas las cosas, y que si para ello tienen que negar la libertad o la dignidad, lo harán con mucho gusto. Digo esto porque estoy convencido de que otra hubiera sido su reacción en el supuesto de Allam se hubiera hecho budista y hubiese sido el Dalai Lama el que hubiese dado la bienvenida al nuevo converso. No tienen remedio, y me temo que con este talante seguirán despreciando las muchísimas cosas buenas que la Iglesia puede aportar a la sociedad democrática. Mientras su dilecto y tolerante Islam gana terreno.
Estos días se habla en la prensa de la conversión al catolicismo de un periodista musulmán, Magdi Allam, que fue bautizado por el Papa Benedicto XVI el día de Pascua. El nuevo converso, de nombre de pila Cristiano, ha confesado abiertamente que desde hacía años estaba amenazado por denunciar el radicalismo y falta de libertad del Islam, y reconoce ser consciente de que su apostasía le adjudica una condena a muerte. Este caso pone sobre la mesa la falta de libertades que todavía hoy nuestra democracia oculta bajo su nombre destellante. Falta de libertades porque no se pueden ejercitar, porque hay miedo a hacerlo, y porque la sociedad se vuelve de espaldas ante este problema. Un problema que además crece en la misma medida que lo hace el Islam entre nosotros, sin que con esto quiera decir que el Islam sea el problema. Lo es nuestra cobardía y pérdida de principios.
La otra cara indecorosa del asunto es cómo desde medios progres se han deslizado veladas críticas al bautismo de Allam por el Papa. Estos progres se empeñan en convencerme, a pesar de mis denodados esfuerzos por ser imparcial, de que odian a la Iglesia por encima de todas las cosas, y que si para ello tienen que negar la libertad o la dignidad, lo harán con mucho gusto. Digo esto porque estoy convencido de que otra hubiera sido su reacción en el supuesto de Allam se hubiera hecho budista y hubiese sido el Dalai Lama el que hubiese dado la bienvenida al nuevo converso. No tienen remedio, y me temo que con este talante seguirán despreciando las muchísimas cosas buenas que la Iglesia puede aportar a la sociedad democrática. Mientras su dilecto y tolerante Islam gana terreno.
3 comentarios:
Podrías ponerte más serio más a menudo.
Magnífico post.
Para mí todos los conversos tienen mucho mérito por el hecho de haber conocido la Verdad y haber creído firmemente en ella, pues los que (mejor o peor) hemos sido educados en la fe, gozamos de una postura mucho más cómoda. Pero el recién bautizado Magdi Allam es además un ejemplo de arrojo y valentía, sí señor.
Si Magdi Allam hubiese sido una persona perseguida y amenazada de muerte, como lo es, pero por otros sectores, tal que una dictadura política como la argentina o la chilena, o por el mismo Franco, la progresía de izquierdas hubiera despreciado al Papa que no lo recibiera y lo abrazara con cariño.
Pero el perseguidor ha sido el islam. De lo que extraigo la estremecedora conclusión de que a la progresía no le importa el crimen, sino quién lo cometa.
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