miércoles, 23 de abril de 2008

Día del Libro


Hoy, 23 de abril, es una de mis fechas preferidas del año. Se celebra el Día del Libro, por aquella confluencia, más bien legendaria, de las muertes de Cervantes y Shakespeare, en el lejano 1616. La cuestión es que hoy los libros salen a la calle, y, lo que es más importante, con descuento, aunque sea chico. Todos los años reservo algunos títulos, especialmente caros, para conseguirlos este día a un precio más bajo. Lo preparo durante semanas, y desde muy temprano me lanzo a la busca y captura de mis objetivos.

Este año las grandes librerías me cogen más lejos. Además, en mis previos acercamientos, no le logrado localizar los títulos deseados. Así que he probado suerte por internet, y ¡oh sorpresa! no sólo he encontrado los libros que buscaba, sino que también por esta vía se aplica el descuento festivo, espero que no sólo con carácter virtual.

En definitiva, por no volverme loco –siempre compro la décima parte de lo que hubiera querido–, he encargado dos libros tras los que llevaba algún tiempo: “El gran libro de la mitología griega”, de Robin Hard, con el que espero refrescar los recuerdos de otros libros parecidos que leí con fruición (utilizo esta palabra para resaltar la repelencia) en mi infancia; y “Cristina, hija de Lavrans”, novela histórica de Sigrid Undset, premio Nobel noruega convertida al catolicismo, con el que espero sorprender a mi madre en su próximo cumpleaños (bueno, el hecho de que sea un libro no creo que la sorprenda demasiado).

En conclusión, mi Día del Libro este año ha sido un poco más frío y menos aventurero de lo habitual, pero, qué queréis que os diga, me parece que repetiré.

3 comentarios:

laura dijo...

En tu ciber día del libro también podías haberte acordado de mí, que sabes que tengo unos cuantos en mente, tendrás que compensármelo. Iré pensando de qué forma.

Stepario dijo...

Es que tú no sabes lo escurridizo que es Perico el conejo...

Me someteré dócil a tu justicia.

Ángel dijo...

En esta ocasión, yo he optado por mi amado Chesterton y sus recién editados Herejes, en Acantilado. El problema es el de siempre: tener que leerlo en castellano y, esta vez, traducido por una tal Stella Mastrangelo que, leídas dos o tres páginas, desvela impúdica su origen gaucho.