Se habla de memoria histórica, pero se recuerda poco, y se sabe menos. El siglo XX fue pródigo en horrores. Podemos mencionar como representativos a los nazis y a los soviéticos. Pero también jemeres rojos, hutus y tutsis, chetniks, otomanos o maoístas cubrieron de sangre la tierra como para hacer de regadío una cosecha de muerte. Muy grave fue aquello, pero también los acontecimientos, ideas y conductas que lo provocaron, además de las que fueron paralelas y sobrevivieron.
Conviene no olvidar lo que pasó, para pensar en su por qué, que lo hubo, aunque fuera irracional. Es menester recuperar la obra de algunos testigos de la masacre, sentir repeluzno y espanto ante sus historias, pasar alguna noche en vela meditando lo ocurrido, y pasar el resto de la vida velando por si se aproxima otra vez la sombra de ese Mal. Escritores como Alexander Solzhenitsyn (“Archipiélago Gulag”), Vasili Grossman (“Vida y destino”), Imre Kertész (“Sin destino”) o Viktor Frankl (“El hombre en busca de sentido”) nos hablan de la experiencia del horror y de cómo el hombre puede sobrevivirle. Sus libros son memoria viva y necesaria para no recaer en abismos de pesadilla.
Sin embargo, el veneno no se consumió del todo y en parte vive y se extiende de nuevo. No sólo por el recuerdo acrítico de los verdugos, cómo el que ensaya Jonathan Litell en su celebrada “Las benévolas”, donde un antiguo nazi narra su historia de sadismo delirante sin el menor remordimiento. Además, se olvida que los asesinos fueron amantes de la muerte en todas sus formas, incluidas la eutanasia o el aborto, y algunas de estas pasiones extienden sus tentáculos en nuestra sociedad del bienestar, y engendran otras aún más monstruosas.
Conviene no olvidar lo que pasó, para pensar en su por qué, que lo hubo, aunque fuera irracional. Es menester recuperar la obra de algunos testigos de la masacre, sentir repeluzno y espanto ante sus historias, pasar alguna noche en vela meditando lo ocurrido, y pasar el resto de la vida velando por si se aproxima otra vez la sombra de ese Mal. Escritores como Alexander Solzhenitsyn (“Archipiélago Gulag”), Vasili Grossman (“Vida y destino”), Imre Kertész (“Sin destino”) o Viktor Frankl (“El hombre en busca de sentido”) nos hablan de la experiencia del horror y de cómo el hombre puede sobrevivirle. Sus libros son memoria viva y necesaria para no recaer en abismos de pesadilla.
Sin embargo, el veneno no se consumió del todo y en parte vive y se extiende de nuevo. No sólo por el recuerdo acrítico de los verdugos, cómo el que ensaya Jonathan Litell en su celebrada “Las benévolas”, donde un antiguo nazi narra su historia de sadismo delirante sin el menor remordimiento. Además, se olvida que los asesinos fueron amantes de la muerte en todas sus formas, incluidas la eutanasia o el aborto, y algunas de estas pasiones extienden sus tentáculos en nuestra sociedad del bienestar, y engendran otras aún más monstruosas.
Hay que volver a los testigos del horror y aprender en su carne las lecciones. No se puede tropezar más veces en esta piedra.
6 comentarios:
Vaya tema navideño…Se me ha puesto casi mal cuerpo, especialmente cuando he leído: “Es menester (…) pasar alguna noche en vela meditando lo ocurrido, y pasar el resto de la vida velando por si se aproxima otra vez la sombra de ese Mal”.
Yo que pensaba pasar las próximas noches cenando opíparamente, y el resto de la vida digiriendo las cenas opíparas. Me remuerde la conciencia (y me retumba la pancita, como diría Pooh)
Espero que las cenas no sean tan opíparas como para dedicar el resto de la vida a digerirlas.
No te preocupes, se puede velar y celebrar. Pero siempre alertas.
Guapa.
Estoy de acuerdo en eso de que queda muy navideño...
Quizás la clave no sea tanto estar alerta por si llega lo malo, sino buscar lo bueno y hacérselo ver a los demás.
Siempre es mejor dar el mensaje en positivo.
Eso está bien, pero no es suficiente. Sobre todo si tienes en cuenta la razón por la que he escrito esta entrada: cosas que hacían los nazis ya no se ven malas, o se ven incluso buenas. Por eso es preciso ponerlas en su lugar, y por tanto contar lo que fue malo, que hoy también lo es, pese a los disfraces, el olvido o la ignorancia.
El problema del relativismo es que no distingue entre bueno y malo. Para descubrir lo bueno habrá que saber entonces lo que es malo, y denunciarlo como tal, para luego quedarse lo bueno. O con lo mejor.
Estoy de acuerdo contigo Stepario, se sabe poco, muy poco...y como se sabe poco, sólo se ve aquello tan poco que se sabe.
La historia es el espejo donde ver nuestros fallos y corregirlos.Sólo hay que querer mirarse.
Lo que pasa es que ya hoy no se sabe historia, a lo más que llegan algunos es a la II República, y para no saber lo que fue.
Como dijo Chesterton, "a cada época la salva un pequeño puñado de hombres que tienen el coraje de ser inactuales". Que cada mire su conciencia y sus talentos.
Nos vemos para Navidad. Que paséis buena Nochebuena.
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