Pasaron los atracones de mantecados y turrones –aunque algunos tenemos la despensa llena–, pasaron las uvas, pasó la lotería y su felicidad de espejismos, pasaron los juguetes, pasaron las felicitaciones vacuas y las verdaderas. No pasó el amor, porque no pasa nunca, vino para quedarse.
Este año no hay buenos propósitos, hay más incertidumbre que otros, más frío, más conciencia de nuestros límites humanos, más desconcierto generalizado, porque el hombre comienza a perder su fe ciega en la ciencia, la tecnología y el bienestar eternos, sin haber recuperado todavía la fe en lo que permanece. Crisis se llama a esto. Todavía sobrevuelan las supersticiones, las creencias inmanentes y absurdas, u oníricas y no menos absurdas, en el dinero, la fortuna y el destino. Creo que lo mejor es recordar lo que ha dicho Benedicto XVI de cara al nuevo año: “No se trata, de hecho, de confiar en una suerte más favorable, o en los modernos entresijos del mercado y de las finanzas, sino de esforzarse en ser nosotros mismos un poco más buenos y responsables, para poder contar con la benevolencia del Señor”. Y añade: “Esto siempre es posible”. Con la ayuda de Dios, claro.
Así que, para el 2009 que recorremos, intentemos ser mejores, volver los ojos –y después la vida–, a lo esencial, a lo único que puede ser cimiento sólido para la felicidad: la confianza en Dios, en su amor y en su misericordia, con inocencia e ignorancia de niños respecto de un Padre bueno, niños que no saben cómo, pero saben que sí.
Este año no hay buenos propósitos, hay más incertidumbre que otros, más frío, más conciencia de nuestros límites humanos, más desconcierto generalizado, porque el hombre comienza a perder su fe ciega en la ciencia, la tecnología y el bienestar eternos, sin haber recuperado todavía la fe en lo que permanece. Crisis se llama a esto. Todavía sobrevuelan las supersticiones, las creencias inmanentes y absurdas, u oníricas y no menos absurdas, en el dinero, la fortuna y el destino. Creo que lo mejor es recordar lo que ha dicho Benedicto XVI de cara al nuevo año: “No se trata, de hecho, de confiar en una suerte más favorable, o en los modernos entresijos del mercado y de las finanzas, sino de esforzarse en ser nosotros mismos un poco más buenos y responsables, para poder contar con la benevolencia del Señor”. Y añade: “Esto siempre es posible”. Con la ayuda de Dios, claro.
Así que, para el 2009 que recorremos, intentemos ser mejores, volver los ojos –y después la vida–, a lo esencial, a lo único que puede ser cimiento sólido para la felicidad: la confianza en Dios, en su amor y en su misericordia, con inocencia e ignorancia de niños respecto de un Padre bueno, niños que no saben cómo, pero saben que sí.
4 comentarios:
Pues sí, yo empiezo en año queriendo reforzar esa confianza, con una actitud más positiva, e intentando aceptar (incluso con alegría) la voluntad de Dios, cuando, en ciertos temas poco tiene que ver con la mía.
Hablando de todo un poco, ¿no nos prometiste un repaso cinematográfico de 2008?
Cierto, cierto, el próximo post lo dedicaré a eso... con retraso.
Cuanto más lo leo, más me gusta.
Espero que el 2009 sea un año feliz para vosotros.
Lo mismo te deseo, Fran, un abrazo.
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