Quizá no es lo más ortodoxo ponerse a oír jazz un domingo por la mañana, pero ya que trasnocho poco, no me quedan demasiadas opciones. Sustituyo la noche por la mala iluminación de mi cuarto, y la nubecilla de volutas del tabaco por el humo que me vi forzado a tragar ayer en la comida de Navidad, que todavía noto desmoronando el vigor de mis pulmones.
John Coltrane es uno de los grandes. Su saxo busca y rebusca, expande el alma, aunque no quiera salir de ella. O al menos eso es lo que a mí me parece. Llega un momento en que su swing es una enorme interrogante, trazada de arriba abajo, una y otra vez; y casi ya sin aliento se queda uno en el filo, pendiente de un nuevo paso que dar. Pero con el jazz sucede que, de puro gusto, decide uno empezar de nuevo, a pesar de que el recorrido sea ahora diferente, porque siempre lo es. El jazz, como todo lo que se parece a la vida, ocupa un puesto estelar entre mis debilidades preferidas. Aunque sea domingo por la mañana y Dios me espere en misa todavía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario