miércoles, 16 de enero de 2008
Historia encadenada (que continúe el siguiente)
La mirada de Leopoldo tenía esa mañana un brillo especial. Lo percibió él mismo, cuando se acercó al espejo para componer su fabuloso mostacho, ese que le permitió actuar de extra en grandes producciones históricas, como «Nicolás y Alejandra» o «Los duelistas». La vida le sonreía desde que un centenario y olvidado pariente suyo le convirtió en único heredero de su vasta fortuna, consistente en un latifundio andaluz amasado en periodos desamortizadores. De modo que ahora podía sentirse casi como una de esos señores de época que aparentó en las viejas películas, y sólo echaba de menos para completar el cuadro que un carruaje señorial lo esperase en la puerta.
Pero ese día era especial por algo más. Merceditas, la amiga, amante y esposa que nunca fue, a pesar de sus desesperados intentos durante años por conferirle tales títulos, quería por fin entrar en su vida, tras recapacitar acerca de las singulares virtudes de Leopoldo y de sus bigotes, que hasta entonces siempre había desdeñado.
Con el ánimo encendido por la inminente cita, avanzaba Leopoldo por la calle, capaz de devorar el mundo. Pero una sorpresa le aguardaba a la vuelta de la esquina:…
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4 comentarios:
Allí estaba, leyendo el periódico acurrucado debajo de uno de los veladores de la Playa Mayor. Era Amador, su camarada, su compañero, su amigo, aquel a quien había dejado tantos años atrás en su ciudad de provincias. Se quedó allí, olvidando la hermosa mañana de domingo en la que se había despertado, olvidando la luz que le rodeaba, olvidando incluso a dónde se dirigía.
¿Amador, hijo, por qué lees el Marca?
(Yo no sigo, que lo desquicio y luego el Profesor me riñe)
(De eso se trataba. De desquiciar, no de reñir).
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