Esto no es un blog de asuntos políticos, pero ante ciertas mentiras no puedo callar. A raíz de la multitudinaria concentración de católicos en Madrid el pasado día 30 de diciembre, el partido gobernante ha evacuado un panfleto titulado «Las cosas en su sitio», que me he molestado en leer entero y que es puro desperdicio. No puedo extenderme mucho, así que comentaré algunas ideas:
-Se califica el acto como «manifestaciones públicas, de contenido político»: es una manera de insinuar dos cosas: una, que al tener contenido político (y no religioso, supuestamente), la Iglesia se mete donde no le incumbe; y dos, que el acto es partidista, porque la gente no distingue lo político, que es todo lo que afecta a los ciudadanos y a la sociedad, incluidos los católicos y la Iglesia, de lo que corresponde a los partidos.
-«La fortaleza de la democracia consiste en la garantía de la convivencia de opciones ideológicas, morales y religiosas distintas, sin aceptar la imposición de ninguna en particular»: se sugiere así que las manifestaciones de la Iglesia y los católicos en torno a cuestiones que interesan a todos, incluidos ellos, suponen un ejercicio de imposición de creencias. Imagino que también lo será para estos políticos el pertenecer a un sindicato, a un equipo de fútbol o a una asociación folclórica, y proclamarlo. A su juicio los creyentes deben callar, sobre todo si son católicos.
-«En un régimen de libertades, la fe no se legisla». Expliquemos esta consigna: para estos políticos la defensa de la vida contra el aborto, del matrimonio contra el divorcio y de la familia contra el individualismo son creencias religiosas de unos cuantos obispos y sus allegados más beatos y conservadores. No se puede pretender que la ley defienda el matrimonio, la familia o la misma vida tal y como pretende la Iglesia. Es más, la propia defensa que la Iglesia hace de esas nociones confirma las sospechas de estos políticos: son instituciones trasnochadas y arcaicas, a las que han hecho bien en tratar de desbaratar con sus iniciativas.
-«Toda confesión religiosa tiene plena autonomía en su orden doctrinal respecto de quienes participan de ella, pero es la sociedad la que tiene, a través de sus representantes, la potestad de ordenar los principios de libertad individual y de convivencia para todos los ciudadanos. Sólo quienes deliberadamente ignoran o no respetan estos principios se apartan de los fundamentos esenciales de la democracia». En definitiva, que la democracia que dicen defender estos políticos es la del silencio para los que no comulguen con sus ruedas de molino, que para ello les respalda una precaria mayoría compuesta de partidos diversos entre los que figuran algunos postuladores de la disolución de España y del odio a la religión. Ellos son los únicos con derecho a decir qué conviene a la sociedad, que para eso han ganado, y los demás, que traguen. Sin embargo, la Iglesia no ha puesto en cuestión la legitimidad de quienes gobiernan, sólo ha querido hacer oír su voz respecto de cuestiones urgentes, que la misma Constitución defiende como valiosas; pero por lo visto, el mero hecho de que hable es un peligro para la democracia.
-«No hay más legitimidad que la legitimidad constitucional». Y esto, ¿a qué viene? ¿Quién ha puesto en duda la Constitución? Precisamente lo que ha hecho la Iglesia es tratar de recordar que debe aplicarse lo en ella dispuesto, así como la Declaración Universal de Derechos Humanos, a la que aquella remite en su artículo 10. Pero es otra forma de poner a la Iglesia contra el orden jurídico constitucional y la democracia, sin fundamento alguno. A no ser que estimemos que la democracia la constituyen solos estos políticos.
Todo el panfleto, que ocupa un folio, viene demagógicamente trufado de los conceptos (y sus derivados) «libertad» (8), «respeto» (5) «democracia» (4), «igualdad» (2), que se aplican a ellos mismos y a su talante, junto a otros conceptos empleados de forma manipuladora como «avanzar», «fortalecer» o «ampliar», que orlan sus actuaciones de un aura positiva y guay.
A esto hay que sumar los diversos improperios eructados por dirigentes políticos que no merecen más que un discreto taparse las fosas nasales. Disculpad el mal rato.
-Se califica el acto como «manifestaciones públicas, de contenido político»: es una manera de insinuar dos cosas: una, que al tener contenido político (y no religioso, supuestamente), la Iglesia se mete donde no le incumbe; y dos, que el acto es partidista, porque la gente no distingue lo político, que es todo lo que afecta a los ciudadanos y a la sociedad, incluidos los católicos y la Iglesia, de lo que corresponde a los partidos.
-«La fortaleza de la democracia consiste en la garantía de la convivencia de opciones ideológicas, morales y religiosas distintas, sin aceptar la imposición de ninguna en particular»: se sugiere así que las manifestaciones de la Iglesia y los católicos en torno a cuestiones que interesan a todos, incluidos ellos, suponen un ejercicio de imposición de creencias. Imagino que también lo será para estos políticos el pertenecer a un sindicato, a un equipo de fútbol o a una asociación folclórica, y proclamarlo. A su juicio los creyentes deben callar, sobre todo si son católicos.
-«En un régimen de libertades, la fe no se legisla». Expliquemos esta consigna: para estos políticos la defensa de la vida contra el aborto, del matrimonio contra el divorcio y de la familia contra el individualismo son creencias religiosas de unos cuantos obispos y sus allegados más beatos y conservadores. No se puede pretender que la ley defienda el matrimonio, la familia o la misma vida tal y como pretende la Iglesia. Es más, la propia defensa que la Iglesia hace de esas nociones confirma las sospechas de estos políticos: son instituciones trasnochadas y arcaicas, a las que han hecho bien en tratar de desbaratar con sus iniciativas.
-«Toda confesión religiosa tiene plena autonomía en su orden doctrinal respecto de quienes participan de ella, pero es la sociedad la que tiene, a través de sus representantes, la potestad de ordenar los principios de libertad individual y de convivencia para todos los ciudadanos. Sólo quienes deliberadamente ignoran o no respetan estos principios se apartan de los fundamentos esenciales de la democracia». En definitiva, que la democracia que dicen defender estos políticos es la del silencio para los que no comulguen con sus ruedas de molino, que para ello les respalda una precaria mayoría compuesta de partidos diversos entre los que figuran algunos postuladores de la disolución de España y del odio a la religión. Ellos son los únicos con derecho a decir qué conviene a la sociedad, que para eso han ganado, y los demás, que traguen. Sin embargo, la Iglesia no ha puesto en cuestión la legitimidad de quienes gobiernan, sólo ha querido hacer oír su voz respecto de cuestiones urgentes, que la misma Constitución defiende como valiosas; pero por lo visto, el mero hecho de que hable es un peligro para la democracia.
-«No hay más legitimidad que la legitimidad constitucional». Y esto, ¿a qué viene? ¿Quién ha puesto en duda la Constitución? Precisamente lo que ha hecho la Iglesia es tratar de recordar que debe aplicarse lo en ella dispuesto, así como la Declaración Universal de Derechos Humanos, a la que aquella remite en su artículo 10. Pero es otra forma de poner a la Iglesia contra el orden jurídico constitucional y la democracia, sin fundamento alguno. A no ser que estimemos que la democracia la constituyen solos estos políticos.
Todo el panfleto, que ocupa un folio, viene demagógicamente trufado de los conceptos (y sus derivados) «libertad» (8), «respeto» (5) «democracia» (4), «igualdad» (2), que se aplican a ellos mismos y a su talante, junto a otros conceptos empleados de forma manipuladora como «avanzar», «fortalecer» o «ampliar», que orlan sus actuaciones de un aura positiva y guay.
A esto hay que sumar los diversos improperios eructados por dirigentes políticos que no merecen más que un discreto taparse las fosas nasales. Disculpad el mal rato.
4 comentarios:
Yo es que con esto me pongo de mal humor, pero merece la pena comentar uno de los "eructos" de nuestro presidente que no tiene ni pizquita de desperdicio.
Dice el hombre que en un sistema democrático como el nuestro (que según parece es ejemplar), toda persona tiene derecho a tener derechos. Ya no tenemos Derechos Fundamentales, ya no son inherentes a la persona, ahora tenemos derecho a los derechos, es que no se puede ser más demagogo.
Para Reyes que se pida un ejemplar de la Carta Magna, eso o un bozal, que a mi, me haría mucho más feliz.
Eso de que tenemos derecho a tener derechos pone de manifiesto lo poco que somos y lo lejos que estamos de ser alguien para este Gobierno.
Tengo derechos porque soy persona, porque tengo un valor incomparable y de ese valor brotan mis derechos, que los demás deben reconocer. Si en vez de eso tengo derecho a tener derechos, resulta que no valgo nada, aunque, eso sí, podré pasarme la vida reclamando derechos, que me podrán reconocer o no, pero que siempre dependerán de otro, no de lo que soy. Para este Gobierno, el Estado es el que da o quita, como Dios; las personas sólo somos "individuos", o mejor masa.
Si es que parece que todo el mundo tiene derecho a tener derechos, pero los católicos y la Iglesia no tienen derecho ni a expresar sus ideas, y eso es libertad y democracia.
A mi me hace mucha gracia que todos estos "super tolerantes" " hipermega progres" y "liberales" son los más intransigentes, cerrados, y que más rechazan a aquel que piensa de forma diferente, y encima tratan de hacernos creer que son los "retrógrados" y "arcaicos", como ellos los denominan, los que se autoexcluyen porque viven anclados en otra época.
La tolerancia de la que presumen esos intolerantes es una palabra hueca que utilizan como arma arrojadiza. Para ellos es intolerante el que piensa de modo diferente, y además tiene la osadía de estar convencido de su creencia.
Publicar un comentario