lunes, 18 de enero de 2010

Las palabras de Monseñor Munilla


Han armado bastante revuelo las palabras del nuevo Obispo de San Sebastián sobre la tragedia de Haití. Llego un poco tarde al debate, pero me parece que, en lo que de verdad interesa de este asunto, la cuestión no ha perdido vigencia.

Veamos. El Obispo se ha referido a la cuestión del mal, situándola en un contexto teológico; el problema es que lo ha hecho en un medio de comunicación, sin advertir lo sencillo que era sacar sus palabras de aquel contexto, contando además con enemigos declarados como los tiene. Pero el asunto estaba correctamente expuesto, y lo que dice es exacto. Esto es: para Dios no hay mayor mal que el pecado, como bien dijo el propio Cristo camino del Calvario, cuando exhortó a las mujeres a que llorasen por ellas mismas. No hay que olvidar que pecado no es una simple trasgresión de una disposición moral, sino algo más profundo y amplio: el alejamiento del hombre de Dios.

Ante el drama del pecado que aparta al hombre del Amor, la Verdad y la Vida, cualquier otro avatar de la existencia es relativo. Porque Jesús ya advirtió, en contra de los criterios puramente terrenales, que el hombre sufriente en este mundo podía ser bienaventurado y heredero de la gloria eterna. No quiere esto decir que la felicidad penda por completo del más allá, porque todos somos testigos de los casos de personas que alcanzan el más allá de su enfermedad, su pobreza o su desgracia en esta vida, con fe, esperanza y caridad; y otros, sobrados de medios materiales, deambulan vacios por una existencia a la que no aciertan a dar sentido.

Monseñor Munilla pretendía advertir a nuestra sociedad acomodada y desnortada que la tragedia de Haití es terrible y exige nuestra solidaridad; pero que no podemos olvidar que también aquí vivimos una tragedia aún mayor, la de quienes se apartan de Dios y se hallan rendidos al sinsentido. Y, a la vista de ciertas reacciones, el drama alcanza incluso la dimensión de quienes ignoran el mal que padecen.