lunes, 23 de febrero de 2009

Benjamin Button


En plena resaca de los óscares, comentaré algo de la última peli que hemos visto, “El curioso caso de Benjamin Button”. Como ya casi todo el mundo sabe, se trata de ir viendo a lo largo de tres horas, cómo un viejo enano y decrépito se va transformando primero en Brad Pitt, y luego en uno de los hijos de la Infanta Cristina. La cosa primero es rara, luego graciosa (a la par que envidiable), y finalmente triste (y no lo digo por la familia real). Está bien contada, pese a la dificultad del tema, y excelentemente ambientada. Estaba nominada para trece óscares, y se ha tenido que conformar con los que premian los decorados, el maquillaje y los efectos especiales, que indiscutiblemente se merecía. A mí particularmente me ha parecido una mezcla de “Forrest Gump” con las películas de Jeunet (“Amelie”, “Largo domingo de noviazgo”).

Más en el fondo, quisiera centrarme en la trama romántica, de la que saco algunas conclusiones. Es la enésima película moderna en la que se expone la idea de que amor y matrimonio no van unidos. Las parejas que se quieren no se casan, y el único matrimonio que aparece es de conveniencia. Es lamentable esta educación sentimental –en la que el cine sigue siendo un instrumento formidable, aunque pierde fuerza frente a la televisión– que no cree que los lazos de amor en una pareja puedan convertirse en vínculos duraderos, y considere que su materia es la frágil mezcla de deseos, añoranzas e instintos. Solo estos cuentan a la hora de la ruptura e incluso en el abandono de la familia, por lo que no debe sorprender el panorama de crisis familiar al que asistimos. No habremos tocado fondo cuando se insiste con firme ligereza en los mismos planteamientos.

sábado, 21 de febrero de 2009

Refugios


A veces uno, viendo la tele, no sabe en qué país o mundo vive (o no quiere saberlo). Se siente viejo de indignación, de aburrimiento y de incomprensión, y la sensación de estar al margen (o de querer estarlo) se afila. Si no existieran refugios para estos casos, acabaría por pensar que le ha llegado la hora.

Hablo de refugios no para evadirse, para huir de lo que no nos gusta, sino para recuperar el sentido, para reencontrarse con la bondad y la belleza, para dejar de tropezarse con la nada y el vacío, tan huecos. Anoche estuvimos en uno de esos refugios, en este caso la película de Carol Reed «El tormento y el éxtasis», donde Charlton Heston y Rex Harrison interpretan la relación que mantuvieron –más o menos– Miguel Ángel Buonarroti y el Papa Julio II con motivo de la creación de los frescos de la Capilla Sixtina. La película tiene una larga introducción, puramente documental, que es ya un regodeo en la belleza. Luego vendrá arte sobre arte, con el trabajo de dos monstruos del cine que encarnan a esos otros genios de otra época. Todo merece la pena: la recreación de un mundo donde la vulgaridad avergonzaba y en el que la excelencia era el mínimo esperado; la presentación del esfuerzo por mejorar, del sacrificio por mantener los principios, de la fe en Dios-Amor; y la vivencia de un amor que no es ganancia inmediata –como hoy se busca– sino renuncia que llena.

Hay otros muchos refugios en el cine, o en la literatura, y espero ir hablando de ellos. No están muy lejos y permiten respirar, sentir y pensar de verdad, al tiempo que creer que no está todo perdido. Aunque la basura circundante, con su hedor insoportable, a veces nos desaliente.

lunes, 16 de febrero de 2009

Compasión que mata


La muerte de Eluana Englaro ha vuelto a plantear una cuestión que no debería dejar indiferente a nadie: la de la eutanasia. Porque eutanasia ha sido, de la que se llama pasiva, que no consiste en administrar un veneno o un tiro de gracia, sino en algo tan humanitario como dejar morir de hambre y sed.

Matar a alguien por supuesta compasión puede considerarse un crimen, un homicidio con ramalazos de asesinato. Si no se habla así de claro, se justificará esta muerte y otras muchas que vengan después. Habría que aclarar también que la idea de compasión que se utiliza como coartada para estos crímenes no tiene mucho que ver con el significado propio de este concepto, “padecer con alguien”, acompañar a alguien en su padecimiento, solidarizarse con él y compartirlo, repartir en cierta forma el dolor o ayudarle a llevar la cruz que arrastra.

Sin embargo, esta compasión eutanásica es la de quien se ha cansado de padecer con quien sufre, que ha dejado de sentirlo como un alguien y sólo se ve a sí mismo como ser doliente. Es compasión de uno mismo que se ve posible cortar por la vía de eliminar la razón del sufrimiento, que no es la enfermedad sino la persona a la que acompañábamos. Como si el cirineo, harto del peso de la cruz, decidiera anticipar la muerte del condenado y así tener una razón para abandonar su carga. Lo más triste es que el prójimo, aquel de quien se podría esperar el sacrificio, se convierte inesperadamente en el verdugo con abuso de confianza.

Sé que soy crudo, pero ante la proliferación de compasiones homicidas que se avecina con la aceptación sentimental de estos casos, prefiero cubrirme las espaldas y gritar fuerte que nos matan, antes de que mis mejores amigos tengan siquiera la idea de liquidarme.

viernes, 13 de febrero de 2009

Renacer


He vuelto!
Un error atribuible a mi sola culpa ha mantenido mi blog fuera de este mundo por un tiempo. Pero cuando menos lo esperaba, ha vuelto, y lo llamaremos "renacer".
En el interludio he acometido otras aventuras blogueras. Pero Tiritando ha regresado y lo celebro cambiando mi foto. Ahora soy yo de verdad.
Gracias, Angel, por haberme ayudado en el peor trance que ha conocido este blog (y perdona, mi teclado se ha peleado con las tildes).