miércoles, 30 de abril de 2008

Puente


¡Nos vamos de puente! No voy a decir adónde -aunque la foto es una pista-, pero sólo diré que nos espera una buena jornada de coche. Nos hemos comprado ropa de campo, casi de camuflaje, para que, si nos perdemos, nadie nos encuentre. Porque queremos perdernos, aunque también queremos encontrarnos, pero no que nos encuentren.
En fin, esta entrada es un poco light y un poco insustancial, pero tenía que decir que el blog estos días estará cerrado por vacaciones -en días pasados ha estado cerrado por trabajo, que esto es no parar-. Deseo a todos los lectores y visitantes que todavía se confunden y entran aquí, que lo pasen igual o mejor estos días, y se relajen un poquito.
Saludos.

miércoles, 23 de abril de 2008

Día del Libro


Hoy, 23 de abril, es una de mis fechas preferidas del año. Se celebra el Día del Libro, por aquella confluencia, más bien legendaria, de las muertes de Cervantes y Shakespeare, en el lejano 1616. La cuestión es que hoy los libros salen a la calle, y, lo que es más importante, con descuento, aunque sea chico. Todos los años reservo algunos títulos, especialmente caros, para conseguirlos este día a un precio más bajo. Lo preparo durante semanas, y desde muy temprano me lanzo a la busca y captura de mis objetivos.

Este año las grandes librerías me cogen más lejos. Además, en mis previos acercamientos, no le logrado localizar los títulos deseados. Así que he probado suerte por internet, y ¡oh sorpresa! no sólo he encontrado los libros que buscaba, sino que también por esta vía se aplica el descuento festivo, espero que no sólo con carácter virtual.

En definitiva, por no volverme loco –siempre compro la décima parte de lo que hubiera querido–, he encargado dos libros tras los que llevaba algún tiempo: “El gran libro de la mitología griega”, de Robin Hard, con el que espero refrescar los recuerdos de otros libros parecidos que leí con fruición (utilizo esta palabra para resaltar la repelencia) en mi infancia; y “Cristina, hija de Lavrans”, novela histórica de Sigrid Undset, premio Nobel noruega convertida al catolicismo, con el que espero sorprender a mi madre en su próximo cumpleaños (bueno, el hecho de que sea un libro no creo que la sorprenda demasiado).

En conclusión, mi Día del Libro este año ha sido un poco más frío y menos aventurero de lo habitual, pero, qué queréis que os diga, me parece que repetiré.

lunes, 21 de abril de 2008

Soledad


La otra noche me desvelé. Llovía con fuerza en la calle, mientras la casa parecía un refugio seguro, pero no indestructible. Además había cenado demasiado –y comido y merendado demasiado– y mi cuerpo estaba incómodo y rebelde. Después de un rato de dar vueltas, me fui al brasero y encendí la tele. No conocía la programación de las cinco de la madrugada. Enseguida descubrí que era de relleno y desolación. Aparte de una retransmisión en directo –desde Pekín, claro– de natación sincronizada (que sólo verían las emocionadas madres y los fastidiados novios de las chicas), únicamente encontré programuchos de esos en que un presentador pretende vender alguna burra coja a cambio de una simple llamada telefónica de avaros colmillos.

Entre tanta morralla, uno de estos programuchos atrajo mi atención. Una mujer rubia y ojerosa permanecía inmóvil, mirando fijamente a la cámara, con una mano posada amenazadora sobre el teléfono. La imagen siguió estática durante un rato, y pensé que la señal se había bloqueado. Hasta que de pronto, la pétrea presentadora bramó: “¡Tenéis que llamar ahora!”. Su tono era de ultimátum, pero latía en él la desesperación. Nadie la acompañaba, ni dentro ni fuera del estudio. Probablemente hasta el cámara se había ido a dormir, tras haber aleccionado a la mujer para que no abandonara el encuadre fijo y continuo. Me sentí interpelado, como si la presentadora hubiera estado aguardando en vela mi incorporación al programa. Adiviné su soledad abrumada como una enfermedad contagiosa que esperase propagarse por vía telefónica. Rápidamente apagué la tele y me dediqué a escuchar el tranquilizador rugido de la tormenta.

miércoles, 16 de abril de 2008

Apocalypse now (redux)




«El horror… El horror…». Las palabras de Kutz son, en su cadencia de estertor, la mejor definición de la pesadilla que Willard y sus hombres protagonizan, alcanzan o arrastran (nunca se sabe) a lo largo de un río serpenteante en el que se tropiezan con coroneles surfistas, con Wagner, con helicópteros, con el napalm, con tigres, con cabezas cortadas y con chicas playboy. Un viaje al corazón de las tinieblas, que tal título le puso Joseph Conrad, aunque él lo escribió pensando en el Congo y no en Vietnam. Coppola y Martin Sheen hicieron su propio viaje atormentado, del que casi no vuelven, rodando la historia en Filipinas, y rodando sus vidas en drogas, locura y alcohol. Al volver traían bajo el brazo el alma aterida y una obra maestra forjada en la fragua de lo insoportable, donde el hombre corre el peligro de despeñarse por los precipicios del sinsentido. Supongo que sólo un par de católicos pudieron llegar tan lejos y regresar; otros no hubieran llegado, por no creer en el pecado, o no hubieran vuelto, por no concebir el perdón.

Por fin la he visto. Y me he quedado con el alma aterida bajo el brazo.

martes, 8 de abril de 2008

Charlton Heston


Ha muerto Charlton Heston a los 83 años, y esta entrada es homenaje a él. Porque es un icono del cine, del mejor cine, y forma parte de la imaginería del siglo XX. Porque participó en películas míticas que han pasado a la Historia y que no me canso de ver. Porque estuvo toda la vida casado con su única esposa, que estuvo a su lado al morir. Porque el impresentable de Michael Moore la tomó con él porque defendía lo que en Estados Unidos es un derecho constitucional. Porque estuvo al lado de Martin Luther King y luchó por el fin del racismo.

Otras razones son sus personajes inolvidables en pelis inolvidables. El violento y valiente hacendado Christopher Leiningen de «Cuando ruge la marabunta». El bíblico Moisés de «Los diez mandamientos». El discreto inspector Vargas de la fabulosa «Sed de mal». El rudo capataz Steve Leech de «Horizontes de grandeza». El príncipe Judá «Ben-Hur». El épico Rodrigo Díaz de Vivar de «El Cid». El genial Miguel Ángel de «El tormento y el éxtasis». El iluminado «Mayor Dundee». El desubicado astronauta Taylor de «El planeta de los simios». El entrañable Will Penny de «El más valiente entre mil»… Por citar algunos.

Le debemos mucho de nuestra educación sentimental y de nuestra cultura. Sus personajes, siempre fuertes y algo primitivos, encerraban un hombre viril e íntegro, a veces tozudo, a veces ignorante, pero siempre valiente, que hoy ya se ve poco. Y sus besos a las actrices fraguaron un escorzo de rudeza inigualable. Charlton, aquí te recordaremos.

martes, 1 de abril de 2008

Me pongo serio


Hoy me tengo que poner serio, o más bien parecerlo, porque no me tomo a broma casi ninguno de los temas que trato. Pero hay cosas más importantes por el mundo, y lo responsable es referirse a ellas. Lo haré procurando no alzar mucho la voz.

Estos días se habla en la prensa de la conversión al catolicismo de un periodista musulmán, Magdi Allam, que fue bautizado por el Papa Benedicto XVI el día de Pascua. El nuevo converso, de nombre de pila Cristiano, ha confesado abiertamente que desde hacía años estaba amenazado por denunciar el radicalismo y falta de libertad del Islam, y reconoce ser consciente de que su apostasía le adjudica una condena a muerte. Este caso pone sobre la mesa la falta de libertades que todavía hoy nuestra democracia oculta bajo su nombre destellante. Falta de libertades porque no se pueden ejercitar, porque hay miedo a hacerlo, y porque la sociedad se vuelve de espaldas ante este problema. Un problema que además crece en la misma medida que lo hace el Islam entre nosotros, sin que con esto quiera decir que el Islam sea el problema. Lo es nuestra cobardía y pérdida de principios.

La otra cara indecorosa del asunto es cómo desde medios progres se han deslizado veladas críticas al bautismo de Allam por el Papa. Estos progres se empeñan en convencerme, a pesar de mis denodados esfuerzos por ser imparcial, de que odian a la Iglesia por encima de todas las cosas, y que si para ello tienen que negar la libertad o la dignidad, lo harán con mucho gusto. Digo esto porque estoy convencido de que otra hubiera sido su reacción en el supuesto de Allam se hubiera hecho budista y hubiese sido el Dalai Lama el que hubiese dado la bienvenida al nuevo converso. No tienen remedio, y me temo que con este talante seguirán despreciando las muchísimas cosas buenas que la Iglesia puede aportar a la sociedad democrática. Mientras su dilecto y tolerante Islam gana terreno.